En vísperas de la Primera Guerra Mundial, la población armenia ascendía a dos millones de personas en un Imperio otomano en pleno declive. En 1922, había menos de cuatrocientos mil, el resto, alrededor de un millón y medio, murieron en lo que los historiadores consideran prácticamente de modo unánime un genocidio.
El 24 de abril de 1915, justo un día antes del desembarco aliado en la península turca de Galípoli durante la Primera Guerra Mundial, las autoridades otomanas, bajo las ordenes de los Jóvenes Turcos), el partido que ostentaba el poder en Turquía en aquel momento, arrestaron a la élite intelectual y política de la comunidad cristiana armenia.
Hasta un total de 250 personas fueron conducidas a centros de detención de Ankara (la actual capital turca), donde posteriormente fueron ejecutadas.
Durante la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a surgir los primeros movimientos nacionalistas entre la población armenia
Tras la derrota en la guerra ruso-turca de 1887-1888, el Imperio otomano se vio obligado a aceptar las condiciones que imponía el Tratado de San Stefano, mediante el cual se otorgaba la independencia a Rumanía, Serbia y Montenegro y, también, la semiindependencia a Bulgaria.
Pero Turquía quería evitar a toda costa la creación de un Estado armenio, que previsiblemente sería favorable a Rusia. Los armenios, asimismo, empezaron a organizarse en toda Europa y fundaron partidos como la Federación Revolucionaria Armenia (Dashnak), en Tiflis, en 1890, o el Partido Hunchak, en Ginebra en 1887.
Pero las esperanzas de los armenios de poseer un estado propio pronto se desvanecieron cuando el 24 de julio de 1908 un golpe de Estado perpetrado por oficiales del Tercer Ejército Otomano derrocaba al Sultán Abdul Hamid II, más conocido como el Sultán Rojo por ser el responsable de las llamadas «masacres hamidianas», que habían tenido lugar entre 1894 y 1896 con el resultado de miles de armenios asesinados.
Los oficiales golpistas, que pertenecían a un partido llamado oficialmente Comité de Unión y Progreso, eran conocidos como los Jóvenes Turcos y gobernarían el país hasta 1918.
De hecho, el sector más nacionalista de los Jóvenes Turcos era mucho menos tolerante con la minoría armenia, lo que se vio acentuado con la situación de empobrecimiento económico y territorial en la que se hallaba Turquía en aquellos momentos, una situación que había provocado el éxodo de millones de turcos hacia Anatolia.
Aquello fue el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento del odio hacia los cristianos que durante las guerras de los Balcanes, entre 1912 y 1913, habían expulsado a los turcos de la zona de los Balcanes, Crimea y el Cáucaso
De este modo, en las provincias de Anatolia oriental la situación de los armenios empezó a ser insostenible debido a los constantes saqueos a los que eran sometidos por parte de las tribus kurdas de la región y a los continuos agravios por parte de las autoridades otomanas.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los Jóvenes Turcos tomaron partido por las Potencias Centrales, es decir, por Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, convencidos de que iban a ser los ganadores del conflicto y que con su victoria lograrían que su desmoronado imperio volviera a ser el estado poderoso que había sido en el pasado, un territorio en el que todos aquellos que no fueran musulmanes no tendrían cabida.
Pero tras la guerra, los líderes nacionalistas y antiguos ministros Enver Bajá, Talat Bajá y Cemal Bajá achacaron la derrota turca al apoyo prestado por la población armenia a los ejércitos del zar de Rusia. Aquello fue visto por los nacionalistas radicales como un acto de traición por parte de la población armenia, que seguía levantándose en poblaciones como Zeitun y Van.
En enero de 1915, Enver Bajá intentó hacer retroceder a los rusos en la batalla de Sarıkamış, pero los otomanos sufrieron aquí una de sus peores derrotas durante la guerra. Sin asumir sus propias responsabilidades, los Jóvenes Turcos buscaron un culpable y echaron la culpa de la victoria rusa a la traición, según ellos, de los armenios.
Por consiguiente, los soldados armenios y otros no musulmanes que formaban parte del ejército otomano fueron desmovilizados y trasladados a batallones de trabajo bajo la llamada directiva 8682, por la que se declaraba que «como resultado de los ataques armenios contra soldados y el almacenamiento de bombas en las casas armenias, los armenios estrictamente no serán empleados en ejércitos móviles, en gendarmería móvil y estacionaria, o en cualquier servicio armado».
Los soldados armenios desarmados serían más tarde asesinados sistemáticamente por tropas otomanas, convirtiéndose en las primeras de las muchas víctimas que se cobraría el genocidio.
La campaña de desprestigio hacia los armenios ya había comenzado en 1914, a principios de la guerra, cuando las autoridades otomanas declararon que los armenios que vivían en el Imperio otomano eran una amenaza para la seguridad nacional. Fueron las fuerzas irregulares quienes empezaron a cometer asesinatos en masa en las aldeas armenias cercanas a la frontera con Rusia.
La poca resistencia que encontraron, animó al gobierno turco a aplicar medidas aún más duras. En abril de 1915 comenzaría una terrible pesadilla para los armenios. Una de las primeras medidas contra ellos se tomó el día 24 del mismo mes, cuando Talat Bajá ordenó el arresto de 250 intelectuales entre los que se encontraban algunos diputados del parlamento otomano.
El 29 de mayo de 1915, el Comité Central del Comité de Unión y Progreso aprobó la conocida como «Ley Temporal de Deportación» (Ley Tehcir), por la que se otorgaba al gobierno otomano la autorización militar para deportar a cualquiera que fuera percibido como una amenaza para la seguridad del Estado.
En virtud de esta ley, las autoridades otomanas empezaron las deportaciones en masa, que fueron supervisadas por funcionarios civiles y militares, y estuvieron seguidas de una campaña sistemática de asesinatos llevada a cabo por fuerzas irregulares, compuestas sobre todo por kurdos y circasianos de la zona.
Los supervivientes que llegaban a los campos de concentración ubicados en el desierto sirio lo hacían en unas condiciones deplorables. Una vez allí solo podían esperar la muerte por hambre y por sed, o caer víctimas de las balas de los fusiles turcos.
Las masacres continuaron hasta 1916 y se estima, de manera muy conservadora, que fueron entre 600.000 y más de un millón los armenios asesinados durante las largas marchas de las que el gobierno otomano no pudo evitar que fueron testigos periodistas, misioneros, diplomáticos y oficiales militares extranjeros, los cuales informaron a sus respectivos países.
En agosto de 1915, The New York Times publicó un informe anónimo que decía lo siguiente: «Los caminos y el Éufrates están llenos de cadáveres de exiliados, y los que sobreviven están condenados a una muerte segura. Es un plan para exterminar a todo el pueblo armenio». El mismo periódico, un año después, en agosto de 1916, citó el testimonio de una fuente diplomática que decía lo siguiente: «Los testigos han visto a miles de armenios deportados bajo tiendas de campaña al aire libre, en caravanas en marcha, descendiendo el río en botes y en todas las fases de su miserable vida. Solo en algunos lugares el gobierno emite raciones, y esas son bastante insuficientes. Naturalmente, la tasa de mortalidad por inanición y enfermedad es muy alta y se ve aumentada por el trato brutal de las autoridades, cuya relación con los exiliados cuando son conducidos de un lado a otro del desierto no es diferente a la de los conductores de esclavos».
Aunque la mayoría de historiadores está de acuerdo en que las deportaciones y masacres que se cometieron durante esos años contra el pueblo armenio se ajustan a la definición de genocidio, Turquía, a día de hoy, se niega a reconocer que los hechos ocurridos entre 1915 y 1916 pudieran ser constitutivos de tal delito de lesa humanidad.
Turquía ha negado siempre estos crímenes y ha tratado de revestir las medidas que se tomaron entonces de legalidad: los ejecutados lo habían sido por traición y los traslados forzosos se basaron en cuestiones de seguridad nacional por considerar a los armenios un grupo rebelde. A pesar de las condolencias por estos terribles actos recibidas de parte del gobierno turco en el año 2014, los armenios siguen luchando a día de hoy para que los asesinatos cometidos contra ellos durante la Primera Guerra Mundial sean reconocidos como un genocidio sin paliativos.
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Fuente Historia NG