Si bien hoy tenemos muchas formas de trascender los límites materiales del aula mediante tablets, computadoras y celulares, que nos ofrecen vías de información y de aprendizaje fascinantes y hasta hace poco impensadas, “el aula es un espacio educativo insuperable”: lo dijo, años antes de la pandemia, nada menos que el conocido educador y especialista en TIC Pablo Aristizábal, el creador de la plataforma 365.
Se refería al aula concreta, la de las cuatro paredes, que contiene a chicos y maestros y donde se da esa sensación mágica de pertenencia, de ir a espacios públicos a encontrarse con los distintos. Es el espacio para el encuentro humano, el contacto, el diálogo, esto es: la interacción entre pares y entre chicos y adultos, que es el motor de la enseñanza y el aprendizaje.
Esto al mismo tiempo supone una problemática en la que ya se venía trabajando: puesto que básicamente la educación es diálogo ¿es posible que éste se dé entre personas de formaciones culturales diferentes, que suponen al mismo tiempo diferencias lingüísticas? Es lo que sucede en los últimos decenios, que registran un notable incremento de la inmigración hacia las ciudades, lo cual, sumado a las diferencias sociales, produjo cambios en la población escolar en general.
Pues bien: superado el aislamiento por la pandemia volvemos a la pregunta: ¿es posible el diálogo? La respuesta es este libro, donde partimos de la presentación de casos ocurridos en las aulas, en que las diferencias culturales y lingüísticas dificultaron y en ocasiones impidieron el necesario diálogo entre docente y alumno y también entre los mismos chicos, perjudicando así el aprendizaje y la tarea docente y llegándose en ocasiones a situaciones de bullying. Eso lleva a otros temas como el lenguaje de los jóvenes, cuál es la norma, cómo incide lo político y económico, entre otros.