“El amor después del amor”
En el inicio del invierno de 2017, una noticia, pequeña y sin mayor interés para los grandes medios, sacudió el corazón de muchos. Una noticia tan minúscula como conmovedora buscó hacer pie dentro del océano informativo. La crónica decía que en esos días, en los altillos de la ESMA, se había llevado a cabo un reconocimiento judicial como prueba documental. Y que durante el recorrido, el equipo de investigación encontró un mensaje breve escrito en una de las paredes de ese centro clandestino. El mensaje pertenecía a uno de los casi cinco mil hombres y mujeres que atravesaron ese infierno.
Decía lo siguiente:
“H. A. Mónica te amo”
Quien alcanzó a escribirlo, antes que lo trasladaran en un vuelo de la muerte, fue Hernán Abriata, secuestrado en Colegiales y llevado a las mazmorras de la Marina. El mensaje estaba dirigido a su esposa, Mónica Dittmar.
Hernán Abriata tenía 25 años, los cumplió engrillado y esposado. Había ingresado a la Facultad de Arquitectura en 1974 y militó en la Juventud Universitaria Peronista. Un numeroso grupo de marinos y policías lo secuestró el 30 de octubre de 1976 en su casa de la avenida Elcano. El responsable de ese operativo fue Mario Alfredo Sandoval, un ex oficial de la Policía Federal, integrante del grupo de Tareas de la Armada. Tenía un alias, “Churrasco”.
Cuarenta años más tarde, en una visita a “Capuchita”, en el ex Casino de Oficiales, Mónica pudo comprobar por primera vez aquel gesto de amor de su marido, de una osadía mayúscula, y asegurar que era la letra de su compañero. Lo vio por última vez la noche que se lo llevaron. Se habían casado a principios del 76, tras años de noviazgo.
Quien la acompañó esa tarde en la ESMA fue el sobreviviente Carlos Loza. Alcanzó a compartir cautiverio con Hernán.
Fue el propio Loza, quien forma parte de la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, el que anunció el hecho en un programa de radio. Una noticia pequeña y luminosa, como un fueguito minúsculo pero inexpugnable. Como si el amor pudiera triunfar aun por sobre los dolores más hondos.
Carlos Loza contó que fue el propio Hernán quien un día les insufló esperanzas de que saldrían vivos de allí. Les dijo que por el color y la inscripción que llevaba Loza y tres más de sus compañeros en sus capuchas, sobrevivirían. Él, en cambio, se sabía condenado. Tal como ocurrió.
La familia de Mónica tenía una farmacia en Capital. En el verano de 1977 Loza se acercó hasta allí, con la esperanza de encontrar a Hernán. Tras una respuesta esquiva de la familia (el miedo los atormentaba), regresó con otro compañero de cautiverio, Rodolfo Picheni. Los dos, junto a Oscar Repossi, habían militado en el Partido Comunista. Todos ellos fueron secuestrados a fines del 76 y liberados al mes. Alcanzaron a compartir un par de semanas con Abriata en ese tercer piso tenebroso, en Capuchita.
Fue entonces que los tres amigos se juramentaron que si lograban sobrevivir y tenían hijos varones, le pondrían de nombre “Hernán”. En 1978 Rodolfo y su mujer tuvieron su hijo: le pusieron Mariano Hernán. Un año más tarde Oscar y su esposa le pusieron Matías Hernán a su hijo. Por último, en 1992 Carlos Loza y su esposa tuvieron a su hijo, Hernán Daniel.
Represor Churrasco Sandoval
A fines de 2019, y tras 43 años de reclamos y luchas ante el gobierno de Francia, Bety Cantarini de Abriata, la mamá de Hernán, de 93 años, sus hijas Laura y Juliana, y Mónica Dittmar, junto al apoyo de los organismos de DDHH, lograron la extradición a nuestro país del represor Churrasco Sandoval, responsable del secuestro de Abriata, y quien se había fugado en 1983. Es ciudadano francés desde 1997.
El Tribunal Oral Federal Número 5 de la Ciudad de Buenos Aires dispuso a fines de diciembre pasado que el debate de esta causa se inicie el próximo 4 de mayo. Sin más dilaciones ni artimañas de la defensa, todos esperamos que se haga justicia.
A la memoria de Hernán Abriata
Por Héctor Rodríguez