Ese puñado de tierra roja que ilustra la tapa es igual de efímero que la noción de un futuro seguro. Quizá, esa tierra colorada, seca, sea más perdurable. Sobre todo si nos paramos en el caluroso verano del 2001, en el que todo está por explotar.

Carmen M. Cáceres construye en su segunda novela un relato cargado de humor, de sutilezas, de puntos en los que nuestra historia reciente se nos pega como esa tierra en los dias de humedad.

La novela comienza con la búsqueda de un tesoro, o algo parecido. La protagonista vuelve a Posadas para ser, de alguna manera, la portadora (por una cuadras) del futuro economico de sus padres. Con fajos de dólares encintados en la panza, recorre el tiempo entre el banco y su casa.

El ahorro, como moneda de futuro, se disuelve en la vorágine de ese año. Lo que no se disuelve es la memoria de la protagonista para recordar el pasado reciente de su familia ensamblada. De las aventuras infantiles, de crecer en una casa de material en medio de un barrio de viviendas humildes, de esa ficción que siempre, a pesar de los años, nos envuelve el pretendido progreso del ahorro.