Luis Alberto Carabajal nació el 18 de junio de 1962 en General Pinedo, Chaco, en una familia de 10 hermanos, seis mujeres y cuatro varones. A los 11 años de edad las hermanas, que ya vivían en Capital Federal, lo llevaron a Buenos Aires porque había fallecido el papá. Hace 51 años que vive en la Provincia de Bs. As., tuvo varios y diversos trabajos, cuando los militares, a las cuatro de la mañana, lo fueron a buscar para incorporarlo al contingente que lucharía en Malvinas, trabajaba en una distribuidora de vino.
¿Cómo fue esa madrugada?
– En noviembre del año 1981 me dan la baja del servicio militar obligatorio y en abril del 82, para Semana Santa, me fueron a buscar. Estuve hasta el día 13 o 14 en Campo de Mayo cuando nos embarcaron para Río Gallegos, de allí en un avión para Malvinas, pero por el mal tiempo no pudimos aterrizar y volvimos al territorio.
Recién el otro día arribamos a la isla donde estaban los compañeros de la primera tanda esperándonos en el aeropuerto. El primer día nos llevaron a una caballeriza en un hipódromo y dormimos allí. Después fuimos al Monte Longdon llevando pertrechos, municiones y minas a la compañía que pertenecía, que era ingeniería mecanizada 10, cuya especialidad es campos minados y puentes flotantes, allá no hicimos puentes, pero sí campos minados.
Con un grupo bajé del Monte y nos localizaron alrededor del aeropuerto, cerca de un cementerio, otro grupo fue a la isla de Borbón. Estuvimos tranquilos hasta el 1° de mayo pensando que éramos dueño de la situación, dudábamos que vinieran los ingleses y jugábamos al fútbol.
A las cuatro de la mañana del 1° nos empezaron a bombardear, de noche desde los buques y de día los aviones pasaban ametrallando, pretendían destruir el aeropuerto, pero no lo consiguieron.
Estuvimos allí soportando el cañoneo día y noche hasta que el 14 de junio nos ordenaron el repliegue cuando vino la rendición.
Nos quedamos dos días en un galpón grandísimo donde encontramos gran cantidad de alimentos que habían almacenado, cuando pasamos por la casa del gobernador vimos los Conteiner con cigarrillos y bebidas de todo tipo, vinos, Whiskys… Y ahí se armó el tole tole porque nosotros pasamos todos los días, en nuestra posición, hambre, por eso la bronca de algunos que estaban ofuscados y nerviosos y empezaron a quemar cosas.
Después nos llevaron aeropuerto y allí tuvimos que entregar las armas, eso lo sentí muchísimo porque aún prisioneros conservábamos el armamento, pero cuando lo tuvimos que entregar, a mí por lo menos, se me cayó el corazón.
Al otro día nos llevaron al puerto, yo fui acompañando a un soldado con pie de trinchera, cuando llegamos lo revisaron y también me revisaron y me ordenaron embarcar en el buque hospital argentino Bahía Paraíso. Llegamos al puerto Punta Quilla, en Santa Cruz y de ahí, en un avión, aterrizamos en el Palomar pensando que iba haber mucha gente esperándonos, nuestros familiares… No había nadie.
Al otro día nos llevaron a Campo de Mayo, ahí estuvimos 10 días, nos engordaron, nos
dieron cigarrillos, chocolates, guantes, gorros, bufandas, todo lo que nos hacía falta allá en las islas nos dieron acá y nos hicieron firmar un papel que decía que lo que había pasado en Malvinas quedaba en Malvinas.
Y así estuvimos en silencio durante casi 10 años hasta que algunos se animaron, salieron a la calle y se empezaron a organizar.
Hay cosas que todavía me cuesta hablar, hay fechas que se me han perdido en la memoria y otras que me acuerdo perfectamente. Soy socio activo del centro de combatientes “Puerto Argentino” en el partido de Almirante Brown, en Burzaco. Ahora, justamente acabo de venir de una charla en la Universidad de Avellaneda.
BOMBARDEOS SOBRE NUESTRA POSICIÓN
Todos esos días rogando que no cayera una bomba arriba de nosotros. En esos momentos aprendí a rezar, a pedir por mi familia, ahí en la isla me enteré que había nacido mi primer hijo varón. Un compañero fue a buscar leña a un barco viejo encallado y en el momento que estaba dentro de la embarcación fue alcanzado por una ráfaga de metralla de avión. Cayó al mar. Corrimos a buscarlo pero nunca encontramos su cuerpo. El soldado se llamaba Sergio Sinchicay.
De nuestra compañía hubo dos muertos más en combate, Márquez, un comando que estaba con Aldo Rico, y otro compañero que murió en el monte Longdon.
Hubo un episodio lamentable con unos soldados de otro regimiento que fueron a buscar el rancho en un bote y cuando se bajaron accidentalmente pisaron una mina y volaron, no sabían de los explosivos en ese lugar y nosotros no sabíamos que iban ir por ahí.
Sobre los hechos de tortura que se hablan, de los cuales hay juicios encaminados, yo personalmente no vi nada, pero si puedo contar lo que me comentó un compañero que fue estaqueado en la isla Borbón por orden de un oficial. No se a ciencia cierta cual fue la causa, pero creo por robar comida. Justo en ese momento pasó un avión ametrallando el lugar y todos rajaron y lo dejaron el pobre, estaqueado, solo con Dios y con el avión.
Los combatientes Ricardo Solé y Luis Carabajal junto a sus respectivas esposas, Laura Leguizamón y Natalia Noguera
RADIO COLONIA
Nosotros no teníamos noticias de nada no sabíamos lo que pasaba en la isla, no sabíamos que pasaba en ningún lugar del territorio hasta que llegó una radio, no se cómo y escuchábamos las noticias por radio Colonia de Uruguay, por eso nos enteramos que habían hundido al Gral. Belgrano .
¿Qué te dejó la guerra de Malvinas?
Una experiencia de vida, era muy joven, 19 años, vivimos al límite, con hambre, con frío, con miedo. Lo que ha quedado es ese sentimiento de orgullo de haber participado de la guerra, de defender la bandera, un guerra que como toda guerra no es buena. Con el diario del lunes en las mismas circunstancias no volvería.
Les contaba a los chicos de la universidad, que al principio estaba contento porque era la primera vez que viajaba en avión, cuándo dormimos en el aeropuerto de Río Gallegos, yo me tiré en el piso y estaba caliente y me sorprendí, claro era térmico. Después, al llegar y conocer la nieve, el mar, las montañas, y toda esa riqueza, sentí que había que defender Malvinas.
No sé de dónde sacamos fuerzas para hacerle frente a toda esa gente con experiencia, y en mejores condiciones, imagínese que nosotros estuvimos todo ese tiempo en la misma posición los 60, 70 días y ellos venían y bajaban de un helicóptero, estaban unas horas cumpliendo sus misiones y después venía otro helicóptero, bajaban soldados descansados y los otros se volvían a descansar, se turnaban.
Así y todo les hicimos frente, y creo que podíamos haberlo ganado esa guerra si hubiéramos tenido mejores condiciones, mejor logística. Los bombarderos de ellos tenían un alcance de 30 km y los cañones nuestro apenas de 11 km, teníamos armamentos de la segunda guerra mundial que las cuidábamos, las lustrábamos todos los días.
Alejandro, un chofer que iba y venía por todos lados nos contaba que los jefes tomaban café todas las mañanas, se bañaban todos los días, se alimentaban bien, mientras nosotros estábamos solos prácticamente.
No quería volver a Malvinas, no me interesaba, pero un día en un sorteo con los socios me tocó el premio y no sabía qué hacer, mi hija insistió mucho y me embarqué. La verdad que fue muy emocionante, fui con varios pedidos que me hicieron los amigos en la despedida y Alejandro Ceballos, un compañero, me dijo cuál era su posición en el monte Longdon, una piedra lisa que mirando hacia el frente estaba justo entre los picos de las “Dos Hermanas” y después de varias horas de caminar logré encontrarla. Me había dicho que en un lugar, entre las piedras, había dejado muchas cartas y efectivamente estaban ahí, pero cuando las fui a tocar se deshacían así que las dejé como testimonio. Le traje otras cosas, un dentífrico, la tabita de una oveja, última comida de ellos, y turbas de la posición.
Dejar la mochila
La mochila, así se llama la carga de angustias y sufrimientos, de pesares y todo lo que uno trajo de la guerra. Un Muchacho de Zárate, que era camillero, me contaba que cuando regresó de una excursión en el teatro de operaciones de Malvinas había conseguido dejar la mochila. También me contó que a otro compañero le había pasado exactamente lo mismo, había dejado la mochila, volvió feliz y contento, a los dos días murió, murió en paz. Yo todavía cargo la mochila, me cuesta, me emociono, mi mujer, Laura, suele decirme tranquilízate, respira hondo y arranco en llantos…
UNA ANÉCDOTA NO TRAUMÁTICA
Nuestra posición estaba cerca de la casa de un inglés, que cuando nos veía gruñía, seguramente nos estaría puteando. Tenía vacas y ovejas. El tano Waltón y Marcelino Escobar, que es mi compadre ahora, de noche iban a robarle cosas para comer. El tipo todas las mañanas pasaba arriando los animales y a la tarde los iba a buscar. Mi compadre dijo cierta vez: ¿vamos a comer una vaca del ingles? Nosotros nos estábamos muriendo de hambre. Rito, Ramón, Ponce, el Tano, Escobar y Marito Suárez, fueron y separaron un ternero del resto y lo dejaron alejado. El kelper, a la tardecita se trajo a todos los animales y el ternero quedó por ahí, solo. De noche lo fueron a buscar y le pegaban con la culata del fusil para matarlo, pero el pobre no quería morir, así que uno le encajó un tiro y a la mierda.
Lo cueriaron ahí nomás, le tiraron todas las vísceras y se trajeron la carne. Estuvimos comiendo algunos días. La teníamos bajo la turba y se mantenía fresca por el frío. La comíamos hervida con algunas cosas que le robábamos el inglés, arroz verdura… Me imagino las puteadas del yoni cuando se enteró lo del ternero…
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