
Desde la perspectiva de un periodista armenio, cuyos abuelos sobrevivieron al genocidio perpetrado por el Estado turco en 1915 y que fue testigo de la reciente limpieza étnica en Artsaj, las imágenes provenientes de Gaza conmueven más allá de la crónica de los acontecimientos actuales: evocan la memoria de un sufrimiento ancestral que creíamos superado.
Contemplar la desoladora realidad de cientos de palestinos que mueren de hambre mientras otros son abatidos por francotiradores en los puntos de distribución de alimentos o se ven obligados a abandonar sus hogares, nos transporta inevitablemente a las numerosas historias que los armenios guardamos y conocemos de nuestros antepasados.
Las matanzas de civiles en Rafah, en el extremo sur de la Franja de Gaza, con cientos de víctimas mortales y miles de heridos por disparos mientras esperaban por comida, constituye otra evidencia de una campaña de limpieza étnica premeditada. El cerco militar a la población civil y los disparos indiscriminados reviven nuestras peores pesadillas: la deliberada estrategia de someter a la inanición y al terror a una población indefensa.
Dos millones de gazatíes se ven confinados en un reducido fragmento de tierra bajo órdenes de desplazamiento forzoso a punta de ametralladoras que evocan los trágicos episodios de deportación de 1915 y, más recientemente, de 2023 en Artsaj. También hacen lo propio las desgarradoras imágenes de los niños desnutridos y descalzos entre los escombros.

Aunque le corresponde a la Corte Internacional de Justicia (CJI) determinar si estos hechos constituyen genocidio (Sudáfrica presentó una demanda en diciembre de 2023), los que llevamos el legado del Genocidio Armenio, la Shoá y otros horrores, entendemos que el término «genocidio» no solo implica una categorización legal, sino que también es un llamado a la conciencia moral. Cuando las autoridades políticas israelíes proclaman abiertamente que privar de alimentos y agua “puede ser utilizado como arma”, cuando se destruyen instalaciones médicas y educativas, cuando el ejército israelí convierte a civiles en blanco, sin duda se está siguiendo los pasos de la barbarie más atroz.
El ataque violento perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023, con sus acciones de secuestro, abuso y asesinato de civiles inocentes, representa una crueldad extrema que debe ser condenada sin reservas. A pesar de esta aberración, no se justifica que un país responda con una represalia desmedida: el elevado número de fallecidos diarios, los ataques a centros médicos y comunidades enteras, las ejecuciones arbitrarias y el bloqueo inhumano de la asistencia humanitaria son acciones carentes de base ética y legal.
Como habitualmente ocurre, el poderoso lobby político y mediático que tacha de «antisemitismo» cualquier crítica hacia Israel busca silenciar la empatía hacia las víctimas. Sin embargo, cuestionar las acciones de un determinado gobierno o una política estatal no implica odio hacia su pueblo. Levantarse en contra de la violencia desenfrenada es un acto de solidaridad humana, un reflejo del grito de justicia compartido entre los sobrevivientes de 1915 y que esperábamos encontrar en la respuesta internacional en la toma de Artsaj por parte de Azerbaiyán en septiembre de 2023 y que forzó el desplazamiento de la totalidad de la población armenia.
Aunque 25 naciones, con la notable ausencia de Armenia, condenaron a Israel e instaron a “detener las operaciones militares y el sufrimiento de la población civil en Gaza”, la falta de embargos y sanciones, como tampoco ocurrió con Azerbaiyán, revela que no se aprendió la lección de la Historia. La condición de víctima del pasado no exime de la responsabilidad moral de hoy: un pueblo que sufrió el horror, como los judíos en el Holocausto, no debe permitir que su gobierno los convierta en verdugo de otro pueblo.
Como armenio no puedo silenciarme. Las imágenes de los palestinos buscando alimentarse multiplican el eco de nuestros abuelos sufriendo el hambre en el desierto de Der Zor en la actual Siria. Cada familia desarraigada revive nuestro exilio de Artsaj. Debemos atrevernos a nombrar el crimen y a exigir el fin de la violencia. La memoria armenia nos enseñó que con denunciar no basta, es deber de todos actuar antes de que el horror devore nuestra humanidad.
Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA

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