Oscar venía de vez en cuando al kiosco. Llegaba y se apoyaba en la ventana de aluminio, con un sonrisa fresca en la cara, me pedía un «Democracia»
y se quedaba un rato a charlar de política. Eran tiempos maristas, a mí me habían echado del diario y con la ayuda de esos amigos que siempre están, había alquilado un kiosco de diarios. Era un pequeño escudo a los embates de la depresión de cada despido, del desánimo de época y Oscar caminaba, a pesar de la edad, las cuadras que lo separaban de la esquina de Primera Junta y Libertad, no porque quisiera leer el diario, si no para darme una mano. Lo supe desde que apareció por primera vez, no venía por el diario, venía porque era un tipo solidario.
Durante esos casi dos años que me aventure en los caminos del canillita, tuve la fortuna de esas charlas con Oscar.
Creo que sí cierro los ojos, lo voy a ver llegar, apoyarse en el marco de la ventana de aluminio y saludar con esa sonrisa que le cubría toda la cara.
Gabriel Forte