Annie Ernaux, ampliamente traducida al español, recibió el Premio Nobel de literatura

Fuente: Perfil

Annie Ernaux nació en 1940 en la región francesa de Normandía. Creció en la pequeña localidad de Yvetot y estudió literatura en la Universidad de Ruán. Profesora de esa asignatura en liceos de Annecy y de la periferia parisiense, en la actualidad vive cerca de la capital francesa y trabaja en el Centre National d’Enseignement  par Correspondanse.  Recibió varios premios, entre ellos Renaudot y el Maillé-Latour-Landry de l’Académie Française, 1984; el Marguerite-Duras, 2008; el François-Mauriac, 2008; el Strega Europeo, 2016; el de la Academia de Berlín, 2019

La escritora francesa Annie Ernaux se quedó con el Nobel y enseguida despertó polémicas.
En pleno auge de la tecnología, se podía suponer que la Academia Sueca premiaba a uno de los últimos autores analógicos, quien vive al margen de los centros de validación cultural, como es la capital francesa. Pero no, el premio cayó en medio de una grieta en que se dirimen cuestiones políticas y culturales, como la imposición de las costumbres radicales islámicas. Nacida en Lillebonne, 1º de septiembre de 1940 (acaba de cumplir 82 años), sus libros, ampliamente traducidos al español, instalaron lo que se dio en llamar “auto-socio-biografía”: una autora que solo habla de sí misma.

‘La vergüenza’
Annie Ernaux

Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde. Yo había ido como de costumbre a misa de doce menos cuarto y después a comprar unos dulces a la pastelería del centro comercial de la ciudad, un conjunto de edificios provisionales construidos después de la guerra. Cuando volví, me quité la ropa de domingo y me puse un vestido de estar por casa. Después de que los clientes se marcharan y de que echáramos el cierre del colmado, empezamos a comer. Seguramente teníamos la radio encendida, pues a esa hora emitían Le tribunal, un programa de humor en el que Ives Deniaud interpretaba el papel de un pequeño delincuente al que un juez de voz temblorosa acusaba una y otra vez de haber cometido unas fechorías absurdas y le condenaba a penas ridículas. Mi madre, que estaba de muy mal humor, no dejó de discutir con mi padre durante toda la comida. Una vez que hubo recogido la vajilla y pasado la bayeta por el mantel de hule, continuó dirigiendo reproches a mi padre, sin dejar, como siempre que estaba contrariada, de dar vueltas por la minúscula cocina, encajonada entre el café, el colmado y la escalera que conducía al piso de arriba. Mi padre permanecía sentado, sin responder, con la cabeza vuelta hacia la ventana. De pronto empezó a temblar de forma convulsiva y a resoplar. Se levantó y le vi agarrar a mi madre y arrastrarla hasta el café gritando con una voz ronca, desconocida. Corrí al piso de arriba, me tiré encima de mi cama y metí la cabeza debajo de la almohada. Después oí a mi madre dar alaridos: “¡Hija!”. Su voz provenía de la bodega, situada junto al café. Corrí escaleras abajo gritando “¡Socorro!” con todas mis fuerzas. En la mal iluminada bodega pude ver cómo mi padre agarraba con una mano a mi madre, no sé si por los hombros o por el cuello, y cómo en la otra tenía el hacha para cortar leña que había arrancado del tajo donde se encontraba normalmente… Lo único que recuerdo de aquella escena son los sollozos y los gritos. En la siguiente escena nos encontramos otra vez los tres en la cocina: mi padre está sentado al lado de la ventana; mi madre, de pie junto al fogón, y yo, sentada al pie de la escalera. Lloro sin poder contenerme. Mi padre todavía no había vuelto a la normalidad, temblaba y seguía teniendo aquella voz desconocida. Repetía: “¿Y tú, por qué lloras? A ti no te he hecho nada”. Recuerdo que dije: “Vais a volverme loca”. Mi madre decía: “Vamos, ya ha pasado todo”. Después nos fuimos los tres a pasear en bicicleta por el campo de los alrededores. Al volver a casa, mis padres abrieron el café como todos los domingos por la tarde. Nunca más se volvió a hablar del asunto.

Aquello ocurrió el 15 de junio de 1952, la primera fecha concreta de mi infancia. Hasta entonces, el tiempo solo había consistido en un deslizarse de días y de fechas escritas en la pizarra y en los cuadernos.

A partir de entonces, les he dicho a varios hombres: “Cuando yo estaba a punto de cumplir doce años, mi padre intentó matar a mi madre”. El hecho de haber necesitado decírselo demuestra lo unida que me sentía a ellos. Sin embargo, todos se quedaron en silencio después de oírlo. Y yo me daba cuenta de que había cometido un error, de que no estaban preparados para escucharlo.

 

* Extracto de La vergüenza, Tusquets 1998, traducción de Mercedes y Berta Corral

 

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