LA VOZ DE LOS BARRIOS estuvo en la Casa Popular Dante Balestro dentro de las conmemoraciones de sus 20 años de actividad social y cultural-2004-2024 y cubrió la función teatral titulada: “La carta más triste que he escrito en mi vida”, obra que referencia al teatro documental, en este caso, el testimonio de la detenida y desaparecida, María Teresa Manzo, quien expresó a sus padres, en una carta, cómo cuidar a su pequeña hija durante su ausencia y cuya dirección pertenece a Romina Paesani, quien además de ser profesora, directora de teatro y actriz, es una de las artistas plásticas de mayor destaque en la Provincia de Buenos Aires.
“La carta más triste que he escrito en mi vida”, es una obra del más alto nivel por su plástica, por su estética, por la perfecta dicción de la actriz Constanza Noemí Arcos, la Coti, que desempeña un papel dúctil, de una belleza artística sorprendente.
Constanza Noemí Arcos nació en la ciudad de Lincoln, comenzó sus actividades en el arte a los 9 años, primero desde la música, después el teatro, que ayudo mucho a volver a encontrarse y tener confianza en sí misma desde el razonamiento, ya que venía de una secta religiosa llamada Testigos de Jehová. Siguió en el oficio de hacer teatro y en ese transcurso descubrió que provenía de una familia con tradición teatral independiente como su abuelo, Julio Vanegas, un bisabuelo recitador, un tío abuelo, apuntador del Cervantes. El teatro independiente de Lincoln la ayudó muchísimo para seguir entrenando, compartir obras, ver mucho teatro nacional e internacional, todo esto desde hace ocho años.
CONSTANZA NOEMÍ ARCOS
LA VOZ DE LOS BARRIOS– ¿qué estudios tenés?
CONSTANZA NOEMÍ ARCOS- En estos momentos estoy estudiando en la Escuela de Teatro Gilberto Beto Mesa de la ciudad de Junín, hoy me faltan seis materias para recibirme de profesora y ya tengo el título de actriz técnica en actuación teatral.
Romina Paesani
LA VOZ DE LOS BARRIOS– Romina ¿cómo surgió la idea de la obra?
ROMINA PAESANI– La temática de los Derechos Humanos y las garantías sociales siempre ha estado latente en todo el subterráneo de mi impronta artística. Pero en este caso, dando la cátedra de actuación II, justamente en el período de pandemia donde no podíamos estar juntos nos comunicábamos a través de dispositivos. En ese entonces había leído una nota de una señora de unos cuarenta y picos de años que había sido secuestrada con su madre, María Teresa, durante la dictadura de Videla y llevadas al campo de tortura y muerte llamado “Garaje Olimpo”. Ella tenía alrededor de tres o cuatro años y estuvo detenida tres días, cuando milagrosamente los captores permitieron devolver a la pequeña a sus abuelos maternos. Junto a la niña fue una carta de 7 carillas donde se les aconsejaba como cuidar a su hija, que vacunas ponerle, que libros leerle, que tipo de música hacerle escuchar. Y sobre todo como hacer ese duelo que tenía que soportar Victoria, o la “Bicho” como le decía la madre, por el secuestro y desaparecimiento del padre. Me pareció esa carta muy dramatizable y se la pase a Conti Arcos para saber su opinión y afortunadamente comenzamos a trabajar.
LA VOZ- ¿Cuándo leíste la carta qué sensación te dio?
CONTI ARCOS– Fue muy fuerte. Me impactó la imagen de esa madre escribiendo con el dolor de las torturas y las condiciones de vida… No conocía el Garaje Olimpo, no podía ir por la pandemia, entonces me informé a través de la película con el mismo nombre y contextualicé el espacio. La primera lectura fue ver a una madre con las últimas fuerzas que tenía escribiendo en un papel o una servilleta y dársela a esa pequeña de tres años. Fue impactante y más aún, escuchar la voz de Victoria que había grabado un audio para la nota del diario que leyó Romina. Me puso los pelos de punta. Me quedé pensando mucho en esa mujer que se hacía cargo sabiendo que nunca más iba a ver a su hija. Fueron sensaciones muy fuertes.
ROMINA– Nosotras tomamos la temática de un hecho histórico relacionada con la sociedad reciente y también tomamos la historia de Conti, su pasado, sus antepasados e incluimos en la obra que su abuela, también llamada María Teresa, había sido una militante perseguida por la dictadura de Pinochet. En suma, es una obra no realista porque no viene del realismo de los orígenes del teatro griego, del realismo de Stanislavski. Se trabaja desde otro lugar, desde una serie de elementos que se repiten a lo largo de la humanidad. Trabajamos la presencia escénica, el equilibrio, la mirada periférica y varios elementos que llevan a una forma de teatro que te aleja de las formas de actuación concebidas que estamos acostumbrados a ver en los teatros de Av. Corrientes, en la televisión y en las películas, que te llevan por otros caminos, que te permite bucear otros puntos de vista de la realidad humana. Nosotros militamos el teatro de la memoria y creemos que es muy importante en este momento, sobre todo por las circunstancias que estamos atravesando política, social y económicamente, seguir fomentando la memoria, cada uno desde el lugar que pueda. Hay nuevas generaciones que no accedieron a este conocimiento con la profundidad artística que se necesita para una real toma de conciencia y debemos seguir buscando estrategias para contar nuestra historia y no repetir errores.
LA VOZ- Llevas 31 funciones con el unipersonal ¿Qué sensaciones te ha dejado?
CONTI ARCOS– Hacer “La carta más triste que he escrito en mi vida” ha sido un desafío de todo lo que he aprendido y poder poner en funcionalidad todas las herramientas porque los públicos son distintos, van cambiando y eso me lleva todo un ritual, una preparación del aquí y ahora. También es una cuestión de sanación porque estoy hablando de mis antepasados, de los antepasados de Victoria Winkelmann, convoco a María Teresa Manzo, a Oscar Winkelmann, Ana maría Ponce, Ana Diego, entonces es una cuestión de respeto, de disciplina. Cada vez que hago una función quedo en estado de despojamiento porque lo di todo, por posesionamiento, por ideología, porque para algo hacemos teatro.
ROMINA- La simbología de las luces es muy importante en esta obra porque está tratada en un centro clandestino con las altas y bajas de la tensión por la picana. La estética lumínica de la obra es esa, pero yo voy improvisando las situaciones y es un vínculo con la actriz en que debemos estar despiertas las dos para jugar porque está predeterminada la idea pero no la acción.
Los desnudos en escenas en la habitualidad de las obras de teatro los actores y actrices se desnudan, aquí en esta obra es al revés, la actriz se viste en escena. Comienza la obra y la actriz está desnuda, lo terrible de la situación es que en un momento se viste. Así como los objetos que hay en escena el cuerpo de la actriz y el cuerpo del personaje es un objeto más. Los cuerpos de las desaparecidas y desaparecidos fueron tratados como objetos que podían ser corrompidos, torturados, vapuleados, tirados al mar, pero en un momento se llena de humanidad al vestirse con una tela con las palabras de la carta. La carta, la palabra y la memoria le otorgan al objeto un cuerpo humano lleno de memoria.
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