Por Lucas Molinari
A fines de los `60 hubo una publicación que fue clave en la formación política de las nuevas generaciones militantes: “Cristianismo y Revolución”.
En el número 13, de abril de 1969, puede leerse una entrevista al dirigente gráfico Raimundo Ongaro, máximo referente de la CGT de los Argentinos, que plantea:
“El cristianismo revolucionario es una de las tendencias que en nuestro país y en Latinoamérica deben ser entendidas no como una opción entre el capitalismo y el comunismo, no como un remiendo y una síntesis de sistemas que no conforman la vocación de liberación plena del hombre, sino como una actitud de transformación total de estructuras y, fundamentalmente, de transformación de la mentalidad humana. (…) Desarraigar los vicios, desarraigar los egoísmos, esa forma de explotarnos los unos a los otros”.
Luego, define: “En nuestra patria, el movimiento que puede expresar el desarrollo y la ejecución de todos estos ideales de los cristianos revolucionarios, es el peronismo”.
En esos años el Padre Carlos Mujica escribe el libro “Peronismo y Cristianismo”, en el que relata una experiencia en una misión al Chaco santafesino: En un rancho “una viejita dijo ´A mí qué me vienen a hablar de Dios si me estoy muriendo de hambre´. A los muchachos esto les dolió profundamente porque sentían en carne propia el dolor de los pobres. A la tarde organizamos una reunión con hacheros, vinieron noventa y cinco, que además era la primera vez que estaban en una reunión, y uno de ellos empezó a decir: “yo soy la alpargata del patrón”. Ni el mejor literato, ni Borges hubiera dicho las cosas con tanta precisión y claridad”.
Estos textos y la práctica en organizaciones políticas, sindicales y religiosas, forjaron el temple de miles de compatriotas que dieron la vida por la liberación nacional y social de Argentina.
No es casualidad que en nuestras ediciones volvamos a esos textos, porque allí existía un Movimiento Nacional con una enorme potencia revolucionaria.
No se trata de plantear que todo tiempo pasado fue mejor, porque el sectarismo de aquellos años explica, en parte, la profunda derrota sufrida con la dictadura cívico militar.
Hoy estamos ante una nueva etapa infame, como los `30 y los ´90 del siglo pasado. Con enormes avances de los enemigos de la Patria.
Por eso, quizá, sea un buen aporte repasar los debates de las épocas de avance en la conciencia de la clase trabajadora.
En la edición que citamos, Raimundo Ongaro advierte los límites de la lucha corporativa: “El sindicalismo tiene que reconocer históricamente, que puede ser una fuerza que conduce o que está en la delantera o que garantiza el proceso de Liberación por estar constituido por la clase explotada pero tiene que darse cuenta que los métodos que ha usado el sindicalismo, el marco dentro del cual debe moverse, el límite que le permite el haber sido reconocido como “institución de bien público”, por los propios explotadores, nunca le va a permitir que liquide a los explotadores que los legalizaron. Si ellos nos hicieron, nos dieron la ley, nos dijeron que podemos actuar, siempre nos dejarán hasta el punto mismo en que los amenacemos con tirar abajo los engranajes que permiten que ellos acumulen la riqueza…”
La brutalidad de los genocidas vino a enterrar la posibilidad de revolucionar el país, para transformar e independizar la región. El Plan Cóndor tuvo ese objetivo y lo cumplió.
Pero la Resistencia surgió, y no fue casualidad la elección de la Iglesia de San Cayetano en el año 1981. Radio Gráfica estuvo en la casa de Facundo Carman en La Boca, quien tiene la colección más completa de volantes y revistas del Campo Popular en el siglo XX. Allí pudimos fotografiar uno que convocaba en plena dictadura a marchar por PAZ PAN Y TRABAJO.
Como es sabido, en la Iglesia (como en el empresariado, el sindicalismo y la sociedad toda), hubo quienes colaboraron y quienes combatieron a la dictadura.
Los dirigentes sindicales sintetizaron en aquella consigna la búsqueda de recuperar un camino de unidad ante tanto terror, de recomponer los lazos sociales, de volver a las calles.
Por toda esta historia, es necesario poner en valor la movilización del pasado 7 de agosto.
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