¿Cuál es el tamaño de la victoria de Lula?

Fuente: Breno Altman
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El 30 de octubre de 2022 entrará en la historia para la clase trabajadora de Brasil. El líder petista Lula Da Silva conquistó por tercera vez la presidencia de la Nación derrotando en las urnas al neonazismo conducido por Bolsonaro y al proceso golpista iniciado en 2014, cuando el candidato Aesio Neves no reconoció el triunfo de Dilma Rousseff y que, a la postre, culminaría con su derrocamiento seguido con la prisión de Lula y las ambiciones dictatoriales de Bolsonaro interrumpida este 30 de octubre.

El bolsonarismo  capturó toda la base electoral de los partidos burgueses tradicionales de la derecha vernácula convirtiéndose en un bloque bonapartista, entendiéndolo como un régimen en el cual la clase económicamente dominante, no cuenta con los medios necesarios para gobernar con métodos democráticos y se ve obligada a tolerar  la dominación incontrolada del gobierno por un aparato militar y policial, es decir, por un personaje que bien podría llamársele “salvador”. Este tipo de situación se crea cuando las contradicciones de clase se vuelven particularmente agudas; el objetivo del bonapartismo es prevenir las explosiones políticas y sociales.

Esto es lo que sucedió en Brasil que permitió la irrupción de Bolsonaro al gobierno, pero con el decorrer de los años se fue creando una alta tensión entre las clases dominantes y sus aliados internacionales en desacuerdo con las ambiciones de Bolsonaro  de cambiar el régimen democrático, generando también, el enfrentamiento con  los viejos partidos tradicionales en desacuerdo con los métodos no convencionales de hacer política.

Todo esto hizo que grandes sectores ingresaran a la base de apoyo a Lula. El triunfo magnífico del líder de los trabajadores altera el escenario de la lucha política en Brasil pero se debe comprender en qué circunstancias se realizó. Lula venció de forma arrolladora en toda la región del nordeste, perdió por muy poco margen en el norte, pero perdió en los Estados del sur centro este y sudeste.

El triunfo proviene de los sectores que ganan entre uno y dos salarios mínimos y perdió en los sectores que ganan de dos a diez salarios mínimos y adquirió mayoría entre aquellos que ganan mas de 10 salarios mínimos. Esta división por renta es muy importante porque los pobres representan el 40% de la población nacional y obtuvo el 60% de los votos, de los ganan entre dos y 10 salarios que representan el 48 % de la población perdió la mayoría de los votos y esto explica las derrotas  en los Estados más desarrollados del sur, centro este y sudeste. Con relación al 4% que gana mas de 10 salarios, Lula conquistó la mayoría de estos votantes porque entraron en conflicto contra la brutalidad de Bolsonaro y su pésima política económica que no benefició a esa clase. Prefirieron votarlo a pesar de la divergencias ideológicas.

La perdida de los sectores medios seguramente obstruirá la conducción del Estado y la minoría en el poder legislativo le dificultará la aprobación de leyes. El desafío de Lula es reconquistar eses sectores hoy adversos y dependerá de programa de gobierno, de acciones administrativas, y de disputas políticas, culturales e ideológicas.

A pesar del gobierno más catastrófico de la historia del país, en salud, políticas sociales y política externa, Bolsonaro se alzó con 49,10% de los votos, obteniendo en la segunda vuelta 7 millones de votos mas que en la primera que capturó de los diez millones que no habían votado ni a uno ni a otro. Evidentemente los conquistó en base al antipetismo y en una disputa política, cultural e ideológica hecha con exagerada intensidad.

Es una extrema derecha que disputa las hegemonías y valores buscando dislocar las bases sociales de la derecha liberal y la izquierda hacia un conjunto de valores extremamente reaccionarios que no busca construir mayorías con la composición de otras corrientes sino de arrancarlas para sí, para sus concepciones.

En contrapartida la izquierda brasileña se dislocó para un ámbito electoralero desistiendo de la lucha por la hegemonía con gran intensidad que fue lo caracterizó al PT entre 1980 y el año 2000, perdiendo capacidad de construir un bloque más sólido. Por lo tanto el bolsonarismo sigue vivo en cuanto no se extirpe al neoliberalismo que solo podrá hacerse cuando se recupere la hegemonía en los sectores medios.

 

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