A los 44 años, el economista Mariano de Miguel espera que llegue la nueva conducción del BICE, el Banco Industrial y de Comercio Exterior más conocido como Banco Argentino de Desarrollo, para entregar la presidencia que ejerció desde 2022. De Miguel es director del Instituto Estadístico de los Trabajadores de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, fue subsecretario de Política Industrial para la Defensa y antes de llegar a la función pública asesoró a entidades gremiales y empresarias.

–¿El plan de ajuste durísimo que estamos viviendo era inevitable?

–En la campaña electoral había un consenso bastante generalizado de que el programa económico del gobierno que asumiera tendría que contener un plan de estabilización. Que debería estabilizar las variables nominales, y sobre todo dos: la inflación y el tipo de cambio.

–Pero economistas afines al Presidente como el ex ministro Domingo Cavallo dicen que la estabilización es una segunda etapa. Y a la vez no dicen cómo sería esa estabilización.

–Hay que tener en claro que los planes de estabilización son distintos. No solo la Argentina sino la región muestran que hay planes de distinto tipo. Y agrego algo: pocos han sido exitosos. Pero hagamos una distinción entre esos planes. Están los planes de estabilización exitosos y expansivos, como el Plan Real en Brasil o la Convertibilidad en la Argentina en su primera etapa. Y están las estabilizaciones exitosas y contractivas.

–¿Cuál sería la forma de definir «exitosos»?

–Que logran estabilidad en el tipo de cambio y en los precios.

–¿Y «expansivos»?

–Que además de hacerse más estable la economía se expande. Eso sucedió con la Convertibilidad en un comienzo. Por supuesto que al mismo tiempo no me estoy olvidando de problemas muy agudos, porque la Convertibilidad también fue un régimen de política económica que incluyó la apertura indiscriminada de la economía. Por desgracia eso provocó el cierre de empresas. Hubo prohibición de paritarias, antesala de una gran regresión distributiva. Se produjo la ruptura del aparato productivo. Se dio una ausencia de políticas industriales, y cuando hay ausencia ya sabemos qué significa: se perjudica la industria. Encima de todo, para una economía que tiende a generar menos dólares, se podía crecer pero solo financiado con déficit, primero, y con deuda externa después. Otro problema más: una economía que se dolariza, luego usa dólares, que no son la moneda que emite.

–¿Cómo son la estabilizaciones exitosas y contractivas?

–Contractivas sobre todo para el grueso de la población, además. Un ejemplo es 2002. Otro, 2016. Se basan en la devaluación, la reducción de salarios y jubilaciones y la  recesión. Hay ahorro de dólares, que sirven si después, como ocurrió en la de 2002, las condiciones mejoran. Estos planes tienen los costos de una estabilización pero no logran ningún tipo de expansión.

–¿Dónde se ubica el plan económico actual?

–El Presidente Milei está lanzado a estabilizar, pero de manera abrupta. La mejor herramienta es la que libera todo, parece decir. A mi juicio es muy riesgosa. Y peor aún si no aparece un caudal importante de divisas. Por suerte el movimiento obrero tiene una capacidad de oposición mayor que en 2002.

–¿Dónde estaría el mayor riesgo?

–Todavía no se liberaron las tarifas. Cuando eso ocurra, se sumará a la devaluación y al alza de precios que estamos viviendo. Entonces puede ocurrir que la estabilización no sea muy exitosa y que tengamos un contexto de estanflación ya no a corto plazo sino como estado normal de las cosas. Antes hablamos de Cavallo. Cuando hace unos meses se discutía sobre la dolarización opinó no solo Cavallo sino Horacio Liendo, que fue su hombre clave en la Convertibilidad. Dijo que no había condiciones para dolarizar como sí las hubo en el 1991, porque en los 19 meses anteriores a la Convertibilidad se habían producido dos procesos hiperinflacionarios que habían allanado el camino.

–O sea que hoy el peligro mayor es pagar el costo de una estabilización sin obtener ningún beneficio.

–Sí. Lo peor sería llegar a una recesión con inflación, y que no fuera una transición sino un estado normal de la economía del cual sería difícil salir. Y generaría enormes problemas. A veces hay obviedades que conviene recordar. Cualquier programa económico en una economía de mercado debe buscar el crecimiento. Sin crecimiento no hay inversión, no se incorpora conocimiento, no se difunde ese conocimiento en el entramado económico y social. La inversión es la esencia del aumento de la trabajo y el desarrollo. Crear empleo es el segundo objetivo. El que no trabaja no se dedica al ocio creativo. Hegel decía que el trabajo es la esencia probatoria del hombre. El tercer objetivo es mejorar las condiciones materiales para que nos podamos ocupar del amor, la política y la ideología.

–¿Qué ocurrió durante el gobierno que acaba de terminar?

–Nos fue bien en los dos primeros objetivos y nos fue mal en el tercero, sobre todo en lo que ocurrió con los sectores de bajos ingresos. Vuelvo a la actualidad: si se va a diseñar un plan exitoso y contractivo, sí o sí debe ser la transición hacia otra cosa.

–El problema es el tiempo, porque Milei pone el tema en términos apocalípticos. O es esta política económica, con sufrimiento incluido, o una catástrofe bíblica.

–El Dante ya lo escribió en la Divina Comedia. Recorrer el infierno para llegar al paraíso. Pero, ¿hasta qué punto de padecimiento se justifica? Dentro de no mucho tiempo sabremos si este sacrificio era necesario o habrá sido inútil. Yo no coincido con las comparaciones entre la economía nacional y la familiar, pero no importa: aceptemos ese método por un momento. El padre y la madre que dicen que hay que sacrificar las vacaciones para aplicar el dinero a equiparse para la educación, sacrifica el presente para apalancar un futuro mejor. Pero hoy lo que nos están planteando es que, pudiendo y queriendo trabajar, alguien haga el sacrificio de no encontrar trabajo. ¿Cuál es la ventaja? Las recesiones jamás deben ser necesarias. Pueden serlo de manera transitoria para ahorrar dólares contrayendo importaciones. Pero no fuera de un esquema así.

–Hoy parece que Unión la Patria y su 45 por ciento no hubieran existido. ¿Qué estaría haciendo el equipo económico que vos integraste?

–Cualquier ministro, fuese quien fuese, iba a pensar en un plan de estabilización. Pero es como el libro para chicos, «Elige tu propia aventura». Mi mirada considera que los precios bailan al compás de los costos y tiene en cuenta que en los costos incide el tipo de cambio. Entonces, todo plan de estabilización tiene que gobernar el dólar. Pero resulta que no había dólares.

–El margen de maniobra era menor.

–Claro. En Brasil nadie va a jugar contra un Banco Central que tiene casi 400 mil millones de dólares de reservas. En la Argentina podría haber habido una manera virtuosa de conseguir dólares. Por ejemplo, con la sequía superada y en un contexto de mayor bonanza era posible generar dólares. Es obvio que cualquier plan de estabilización tiene riesgos. Es evidente también que cualquier equipo hubiera pensado en un plan de estabilización.

–Sergio Massa decía que sin sequía las condiciones en marzo mejorarían y ayudaría la primera liquidación de la cosecha.

–Era mayor la posibilidad de pensar en un plan de estabilización lanzado a gobernar el dólar contando con las herramientas para hacerlo.

–El BICE, como banco nacional, incluía en su jurisdicción a la provincia de Buenos Aires. Desde ese conocimiento previo, ¿qué desafíos afronta hoy la Provincia?

–Cuando se piensa un programa económico los grados de libertad no son absolutos, y son significativamente distintos que cuando se piensa desde una provincia, aunque sea la provincia de Buenos Aires. No maneja el tipo de cambio, por ejemplo, y el gobierno nacional puede fijar restricciones presupuestarias. Todo empeora en un contexto recesivo. La Provincia tiene el problema de que por su propia configuración económica y social, en parte por décadas de subdesarrollo a nivel nacional, los desafíos en medio de una recesión son mayores. El bagaje importante para afrontar la nueva situación es lo realizado por el gobernador y su equipo en los últimos cuatro años. Sin manejar la macro, le sacó el jugo a todo lo que pudo sacarlo. Estando en el BICE yo miraba al Banco Provincia y observaba sus 2,4 billones de pesos de crédito productivo, el 80 por ciento con tasas especiales. Observaba el crecimiento de los préstamos a las pymes, hasta llegar a 23 mil de ellas. Y el aumento de los clientes en un 82 por ciento.

–¿Y en el BICE?

–Lo mismo. Hubo una decisión de financiar la producción eligiendo como sujeto especial de crédito a las pymes. En el BICE, como brazo financiero de la Secretaría de Producción a cargo de José Ignacio de Mendiguren, las pymes tuvieron el 84 por ciento de participación en los desembolsos. Vi de cerca cómo el Bapro se ponía también al servicio de la producción, cómo participaba en la financiación de obras en el Río Salado para agregar millones de hectáreas productivas, o 4500 nuevos kilómetros de caminos rurales y más de 50 mil viviendas en construcción. Y todo eso en medio de una injusticia: la Provincia aporta el 40 por ciento de los recursos coparticipables y recibe solo el 22 por ciento.

–Esos porcentajes representarán menos dinero en términos reales si la recesión se sigue agudizando.

–Sin duda, pero el gobernador ha dado señales de que va a encarar los problemas. Probablemente se agudicen, pero no subestimemos la decisión política de sostener las obras públicas y las obras de infraestructura. Me gusta mucho un ejemplo. El del Dique San Roque, en Córdoba. Cuando uno lo visita ve el segundo dique que se construyó. Cuando el agua baja puede ver el primer dique. Esa primera construcción se inauguró en 1890. Los ingenieros eran Carlos Cassaffousth y Eugenio Dumesnil, y Cassaffousth se asoció con Juan Bialet Massé.

–¿El mismo que escribió «El estado de las clases obreras argentinas»?

–El mismo. Durante la construcción del segundo dique, ya en el siglo XX, para reemplazar la cal cordobesa con el cemento importado de Portland, quisieron destruir el primero. Pero no se cayó. Era tan bueno que no lo pudieron voltear. Ésas son las batallas del desarrollo que valen la pena. Y en esas batallas siempre participa el Estado. El dique no solo significó riego para sector furtihortícola sino, con los años, hasta turismo en Carlos Paz. Si no lo hubiera hecho el Estado, ¿quién lo habría impulsado? El Estado que hace inversiones favorece negocios privados que de otra manera no podrían hacerse. Parto siempre de una base: el gasto del Estado es un ingreso del sector privado. El salario que paga el Estado al maestro o al médico está en el mismo circuito que el salario que paga el contratista a los trabajadores. Ellos dicen, hoy: «El gasto público que se reduce genera menos emisión». Pero además de la menor emisión está el parate de la obra pública. Y resulta que ese parate tiene costos y no beneficios. Se pierde empleo, se pierde productividad, se pierde infraestructura. En los próximos meses veremos qué postura es la más razonable. Tengo una mirada muy positiva de la obra pública. A veces el Estado debe orientar, a veces tiene que ejecutar.

–Hablaste de una obra terminada en 1890. Se supone que en el siglo XIX, que para el actual gobierno sería el modelo a seguir.

–Bialet Massé tenía una mirada de Estado en la cabeza. No estoy glorificando aquel país. Pero ya había una definición sobre el rol de la obra pública y la infraestructura económica básica. Sin Estado, ¿cómo se financia? Vuelvo a la analogía que no me gusta, entre lo nacional y lo familiar. Es mentira que para una familia siempre sea malo endeudarse. No voy a defenestrar a alguien que se quiere endeudar para construir una casa. Tampoco voy a criticar a una empresa que emite una obligación negociable para su financiamiento productivo. El gasto hay que pensarlo en términos funcionales al desarrollo económico y al pleno empleo. Y obvio que debe ser sustentable. Es mejor financiar esto que financiar gasto corriente, pero no hay que ser dogmáticos cuando hay necesidades imperiosas. Cuando una familia decide dejar de gastar no afecta a sus ingresos. Lo mismo con las empresas. En cambio cuando hay recesión, en parte inducida, a veces se pierde de vista que una parte importante de los ingresos se van a caer.

–¿Fue una buena experiencia la presidencia del BICE?

–Me gusta contestar con números. En el marco del programa Crear, Crédito Argentino, con De Mendiguren y Massa, en 2023 teníamos un cupo disponible de 113.000 millones de pesos. Aprobamos, y se desembolsaron, 108 mil millones. El 98 por ciento fue para las pymes. El 89 por ciento se destinó afuera del área metropolitana. Siete de cada créditos fueron para nuevos clientes. El BICE es 20 veces menor que el Banco Nación, y no tiene clientes del tipo de la banca privada. Pero logró jugar un papel importante para la industria y la inversión. El BICE hoy es un banco pyme de inversión. En 2019 las pymes representaban el 49 por ciento de los desembolsos. Hoy, el 84 por ciento. Antes, se tardaba 70 días para tratar una carpeta presentada por una empresa. Ahora, 35 días. Así tiene que funcionar la banca pública. Como el Nación o el Bapro.

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