El pasado que no es pasado, el pasado que es presente y que manchará de sangre el futuro
A raíz de la investida de Victoria Villarruel, candidata a Vice de Milei, haciendo apología al delito y reivindicando la dictadura militar, las sombras del pasado se convierten en la niebla del presente y la oscuridad del futuro.
Según surge de los documentos recientemente desclasificados del pentágono, la Casa Blanca y la CIA, la embajada de los Estados Unidos en Chile recibió la orden de sobornar al parlamento para que se negara el resultado electoral de la victoria de Salvador Allende. Esta primera operación fracasó y el propio jefe de la oposición Demócrata Cristiana, Eduardo Frei, anunció públicamente que votarían ratificando el resultado de las elecciones.
A partir de este momento aumentó el nerviosismo de Nixon y Kissinger. El presidente dijo en una reunión: “No hay que dejar ninguna piedra sin mover para obstruir la llegada de Allende”. Su empleado Kissinger declaró públicamente: “No veo por qué tenemos que quedarnos como espectadores y mirar cómo un país se vuelve comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Y como no veía por qué, decidió junto con su jefe ordenar a la embajada que sondee esta vez otra permeabilidad la de las Fuerzas Armadas a un golpe militar preventivo que impidiera la asunción de Allende, pero ante la rotunda negativa del Comandante en jefe, general René Schneider, Nixon ordenó eliminar a Schneider. El presidente puso inmediatamente 10 millones de dólares para el operativo, que incluía campañas de acción psicológica que hicieran chirrear a la economía chilena.
Los yanquis lograron finalmente la permeabilidad de un grupo de militares chilenos encabezados por el general Viaux por la módica suma de 50.000 dólares a cobrarse tras la concreción del asesinato, más un seguro de vida de u$s 200.000.
E 22 de octubre de 1970 caía asesinado por negarse a encabezar un golpe de Estado, ideado y financiado por el gobierno de los Estados Unidos, el general René Schneider.
Así mismo Allende comenzó a gobernar y lanzó programas educativos revolucionarios, amplias campañas de alfabetización, se profundizó la reforma agraria dejada inconclusa en los 60, se nacionalizó la producción y exportación del cobre y de los servicios de telecomunicaciones. Era demasiado para los sectores conservadores y los intereses norteamericanos afectados que decidieron declararle la guerra al pueblo chileno y su gobierno.
Los documentos del Senado de los EE.UU. desclasificados y agrupados bajo el nombre: “Acción clandestina en Chile 1963-1973” son elocuentes en cuanto a todas las operaciones desarrolladas por los Estados Unidos en el país trasandino, lo que queda ratificado por un testigo de primer orden, el mismísimo Nathaniel Davis, reemplazante de Korry al frente de la embajada norteamericana en Santiago, quien en su libro Los dos últimos años de Salvador Allende, admite la mutua colaboración de elementos de inteligencia norteamericana y chilena para desestabilizar a Allende.
El hostigamiento fue permanente, no hubo tregua para aquel hombre digno y valiente que quiso intentar la vía pacífica al socialismo. Las hienas locales en sociedad con sus jefes del Norte perpetraron prolijamente la masacre. No ahorraron esfuerzos ni dineros, millones fueron empleados en financiar huelgas patronales como la de los camioneros que paralizaban el país, para pagar campañas mediáticas contra el gobierno, como aquel famoso titular de un diario chileno que decía “faltará el azúcar”. No faltaba el azúcar, pero al leer la noticia cientos de miles de chilenos se lanzaron a buscarlo y sí faltó.
El resto es historia conocida, un general traidor que había jurado su fidelidad al “gobierno y a la Constitución”, el bombardeo de la casa de gobierno y la resistencia hasta las últimas consecuencias de un presidente que se despedía de su pueblo con estas palabras antes de quitarse la vida:
“Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición. Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra: a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de su preocupación por los niños. (…) Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha; me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos. (…) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Con la aparición de Villaruel, Esper, Milei, la Embajada Norteamericana (que siempre estuvo) y la melomanía de la maternidad del odio encabezada por Patricia Builrich, Negri, Iglesias, Juez, Macri, Gómez Centurión y demás esbirros que enarbolan las vetustas banderas filo nazi, la patria está en peligro, la democracia es acechada y la constitución camina al borde del precipicio.
“Son muy setentistas” dicen los pequeños burócratas cobijados al calor de empleo estatal, refriéndose a los que alertan la vuelta de los sátrapas, mientras inocentemente unos y vilmente otros empollan los huevos de la serpiente de dientes venenosos, en cuanto eso, se escucha el tronar de las bombas en la Casa de la Moneda y se agranda el reguero de sangre que deja Capuano Martínez por las calles de Barracas.
El aniversario del golpe de estado en Chile no es pasado, es un espejo que traslada las imágenes para atrás de nuestros asombros. La realidad argentina nos promete el terror de antaño, a la injusticia y la crueldad.
La única salida es la resistencia que nunca hemos abandonado.