Un western distopico en dónde lo que sobra es la desesperanza, árida cómo ese terreno arado por una inundación que no vimos, pero sabemos devastadora. Personajes atados a esa condición de sobrevivientes, a la violencia y al poder.
La narradora una profesora lesbiana con la carga de una sobrina y un abuelo ciego, que supo ser campeón de Turismo Carretera, y que ve en las manchas de humedad de la pared de su pieza recortes de diarios con su pasada gloria.
Pisano armó una novela plagada de climas opresivos, acción y algo de épica sobre el final, cuando queda claro que el poder, en manos de una comunidad que se salvó de esa inundación, solo desprende migajas y palos.
Es un mundo futuro, sí, contaminado e infértil (salvó para la marihuana), pero que en esas primeras páginas es tan parecido al presente que podemos llegar a equivocarnos.
Camiones que llegan semanalmente con comida, custodiados por propios y extraños de azul. El poder reparte para que los oprimidos no se subleven, y a la vez le otorga favores a grupos violentos. Pobres contra pobres, casi, la historia de la humanidad.
Hay sobre el final, sin spoiler, un poco de esa épica del western o del gauchesco, una fuga y alguien que se queda a hacer el «aguante» para permitirla.