Con «Caballo de verano», Hernán Ronsino vuelve al cuento (quizá sea demasiado ese vuelve, y sería más preciso decir que vuelve a publicar un libro de cuentos), y lo hace explorando un terreno que le sienta bien: el interior bonaerense, los margenes de la urbanidad, con personajes que parecen periféricos, orilleros.

El autor, nacido en Chivilcoy, viene de publicar cinco novelas («La descomposición», «Glaxo», «Lumbre», que funcionan como una trilogía bonaerense; «Cameron» y «Una música») y un libro de pequeños ensayos «Notas de campo». Además de ese primer libro de relatos: «Te vomitare de mi boca».

Los nueve cuentos de este libro pueden funcionar, de alguna manera, como una puerta de entrada del universo de Ronsino. En ellos se descubre gran parte de su obra anterior, hasta hay cuentos que son el germen de futuras (anteriores) novelas. El interior bonaerense como un personaje más. Vemos en él el paso de autores que también le escribieron a esos márgenes pampeanos, como Haroldo Conti ( de quién toma el nombre del libro) o Antonio Dal Masetto.

Caballos es, ante todo, un gran libro de cuentos. Dividió en dos partes, la obra transita caminos conocidos por quienes (perdón el yoismo) vivimos en esta parte del interior. Para los juninenses hay menciones de la Laguna de Gómez en dos de los cuentos. ¿Es importante? Quizá no, pero encontrar terrenos conocidos en una obra es, para un lector, un pequeño placer intransferible.