Gustavo Pirich, combatiente de Malvinas en Wireless Ridge

Opinión

 

LA VOZ DE LOS BARRIOS conversó con Gustavo Pirich, combatiente de Malvinas, referente nacional del Grupo por la Soberanía (GPS). Escritor, periodista, militante de la causa popular. Pertenece a la camada de los soldados conscriptos que pusieron el pecho para defender la patria, sin nada a cambio, a no ser sus vidas…

Gustavo tuvo una infancia feliz en Lomas de Zamora, jugador de fútbol en los potreros, travieso, de buena memoria en la escuela, único hijo de un esloveno que luchó en la segunda guerra mundial en África, bajo el mando del General Rommel y de una argentina, María Luisa, que en el barrio le decían «chiquita».

Se crió viendo a sus padres trabajar intensamente, el viejo era zapatero, confeccionaba mocasines a mano, era ayudante de portería en un edificio en el barrio de Palermo y con su madre atendían un kiosco enfrente de la zapatería.

Al concluir los estudios en el colegio tecnológico San Bonifacio trabajó en un negocio que reparaba maquinas de escribir y de calcular hasta que lo llamaron para el servicio militar obligatorio en el Regimiento 7 de La Plata. Faltando 22 días para la baja lo enviaron a la guerra.

 

LA EXPERIENCIA DE MALVINAS

-«Salimos de La Plata hasta Ushuaia y llegamos a las islas el 14 de abril con mucho frio, viento y granizo. Marchamos con las mochilas, los equipamientos, se hacía muy difícil, el agua helada y el viento te cortaba la piel de la cara. Experimenté una sensación de desolación muy fuerte.  Llegamos a un lugar donde hicimos carpa esa noche y estuvimos allí hasta el primer ataque que sucedió el 1° de mayo.

En Campo de Mayo nos habían dicho que íbamos a Santa Cruz a cubrir guardias, que no íbamos a Malvinas, pero yo sabía que iba a la guerra. En la despedida nos abrazamos con mi viejo,  me regaló una cadenita, nos miramos y los dos sentimos que no nos íbamos a ver más. Eso fue terrible.

Cuando comenzaron los bombardeos abandonamos las carpas y fuimos hasta Wireless Ridge, después nos dislocamos y quedamos atrás del Monte Longdon  donde nos establecimos en pozos, parapetados en piedras que habían sido colocadas por otros compañeros que después pasaron a la retaguardia.

Una anécdota que recuerdo es que un soldado estaba intentando prender fuego, después de mucho sudar para hacerlo, logró encenderlo y en ese instante aparecieron los aviones ametrallando y yo me tiro apagando el fuego. Él se enojó mucho. Yo no sabía si seguir discutiendo con él o ampararme de las balas. Fue mi primer contacto con la cercanía de la muerte.

Los bombazos eran terribles y nuestras réplicas también. Yo solamente tenía un FAL automático liviano, era jefe de la tercera sección de tiradores. Después avanzamos a una posición para dar el alerta de la presencia del enemigo. Éramos nueve los primeros que nos enfrentaríamos cara a cara y fue en mi guardia que detecté a los ingleses. La noche era clara y fría,  con los binoculares para ver en la oscuridad vi unos árboles que se movían por el viento, pero en Malvinas no hay árboles y esa noche no había viento. Era el enemigo. Corrí a despertar a mis compañeros y avancé uno 500 metros por una “olla” para dar el alerta a la jefatura de la Compañía que estaba en la otra cima.

Volví y nos quedamos resistiendo a los tiros toda la noche, ellos nos tiraban con todo los que te podes imaginar, nos salvaron las piedras. Las bombas dejaron el suelo como los cráteres de la luna que se ven  en las películas. En la avanzada de la noche pararon los combates y salimos de los pozos e hicimos una charla para ver que hacíamos. Si nos replegábamos a Puerto Argentino corríamos el riesgo que nos alcanzaran los proyectiles, miramos alrededor nuestro y estaba todo poseado y yo les dije si no nos dieron hasta ahora no nos van a dar más, algo así les hablé y nos quedamos, solo un compañero se replegó. En su camino de regreso tuvo que afrontar bombardeos y auxiliar a un herido, había combates por todos lados.

Cuando los ingleses reanudaron el ataque todo comenzó de nuevo hasta que nos quedamos sin municiones. No sé lo que pasó pero me quedé dormido y en un momento me toco y siento todo mojado, pensé que era sangre, que estaba herido, pero no, me había orinado.

Estaba aclarando y escuchaba voces en otro idioma. A veinte metros vi a los ingleses, nosotros ahí éramos cuatro y en la otra posición los otros cuatro. Les dije que dejaran los fusiles y saliéramos solo con el casco. Yo voy primero, les alerté. Mi inglés era malísimo, «no fuego, no fire, no fair» les gritaba con las manos en alto. Cuando nos ven nos apuntan. Bueno, hasta acá llegamos pensé… Eran tipos más grande que nosotros en edad. Uno se acerca y le entiendo que me pregunta por los oficiales, “de lef” le digo, y no podía creer que nuestros superiores se habían rajado. Después nos ordenaron que hiciéramos un pozo grande, “nos están haciendo cavar nuestra propia tumba”, pensé. Y no. Después de ahí nos llevaron a Puerto Argentino y de allí en el Camberra hasta el continente argentino…»

En la segunda parte el proceso de desmalvinización 

Foto de portada Héctor Pellizzi

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