A lo largo de la historia, el agua y el saneamiento tuvieron un rol fundamental en el desarrollo del ser humano y las civilizaciones. Los servicios sanitarios fueron evolucionando junto con el crecimiento de la población, en consecuencia de las epidemias que azotaron a nuestro país y, en particular, a Buenos Aires.
Siglos XVII Y XVIII
Durante el siglo XVII y XVIII, Buenos Aires padeció brotes de sarampión, viruela, escarlatina, disentería, fiebre tifoidea y otras enfermedades contagiosas.
La primera epidemia que azotó la Ciudad fue el sarampión, en 1685.
En aquella época, Buenos Aires estaba atravesada por arroyos que culminaban en la barranca del Río de la Plata. No había, por ese entonces, acciones de saneamiento o higienización por lo que resultaban verdaderos focos de infección y propagación de epidemias.
Plano de Buenos Aires en 1769, con la división eclesiástica de la ciudad en seis parroquias y los Terceros (arroyos) desaguando en el río.
Con la creación del Virreinato del Río de la Plata se tomaron las primeras medidas orientadas a evitar infecciones, como por ejemplo:
▪ prohibir el tránsito de carretas en el centro de la Ciudad,
▪ propiciar los primeros ensayos de calzadas y desagües,
▪ multar tanto a quienes arrojaban “aguas inmundas” y residuos a las calles, como a los aguateros que recogieran agua en lugares inapropiados.
El adoquinado fue parte fundamental de estas medidas, ya que impedía que las aguas servidas, la basura y otros elementos potencialmente riesgosos se acumulasen generando anegamientos y focos de infección.
En ese período la población creció de 26.000 a 43.000 habitantes y la Ciudad carecía de un sistema de abastecimiento de agua adecuado, la provisión se realizaba a través de aljibes y aguateros.
Siglo XIX
Durante el siglo XIX, la “Gran Aldea” se transformó en la metrópoli más importante de América Latina. Fruto de una floreciente actividad comercial y de la inmigración europea, la población se multiplicó aceleradamente. Sin embargo, las condiciones sanitarias no estaban a la altura de esta situación.
Buenos Aires, en una vista a vuelo de pájaro, c. 1860.
En la primera mitad del siglo XIX, las primeras expresiones de un naciente higienismo, estuvieron representadas por la acción individual del personal médico y dedicado a la ingeniería química, mientras los gobiernos dictaban -con escasísima eficacia- disposiciones para mantener ciertas condiciones de salubridad y controlar las epidemias.
Hasta 1850, aproximadamente, esta concepción de salud urbana priorizaba el alejamiento de las “miasmas” es decir, “vapores u organismos malignos” que desprendían los cuerpos enfermos o ciertas sustancias en descomposición. Este rudimentario higienismo se dirigía a alejar de la ciudad industrias, mercados, cementerios u hospitales.
En 1856 se produce una epidemia de cólera y en 1858 se da el primer brote de fiebre amarilla, ambas tuvieron una segunda fase epidémica en 1867 y 1871, respectivamente. El presidente de la Nación, Sarmiento, decretó un receso administrativo y parlamentario indefinido (parecido a la actualidad) y fueron clausurados los establecimientos educativos y actividades recreativas como bailes de disfraces. La epidemia de fiebre amarilla reconfiguró por completo la vida social:
▪ Mató al 8% de lla población porteña en solo seis meses.
▪ Paralizó la ciudad y la actividad económica.
▪ Las boticas (las antiguas farmacias) eran los únicos establecimientos que permanecían abiertos hasta la noche.
▪ El Ferrocarril del Oeste habilitó una línea de emergencia a lo largo de la actual Av. Corrientes, con cabecera en esta avenida y Pueyrredón, con un convoy que transportaba solamente féretros, en dos viajes diarios.
▪ Se clausuró el antiguo Cementerio del Sur y apareció uno nuevo, el de Chacarita, donde llegaron a enterrarse más de 500 cadáveres en un solo día.
▪ Un tercio de la población porteña se trasladó en busca de aires más saludables. Las clases dominantes se desplazaron del Sur al Norte, dejando abandonados los barrios que por aquel entonces eran el centro de la ciudad: San Telmo, La Boca y Barracas, donde sus residencias y mansiones quedaron deshabitadas. Así, se empezaron a poblar barrios como Recoleta y Retiro, y zonas que todavía no estaban urbanizadas como Palermo y Belgrano.
En un informe del Ing. Coghlan se leía: «Sin abundante provisión de agua, cloacas y desagües, y con focos permanentes de gases malsanos en cada casa y lodazales en cada calle, debe siquiera haber esperanza de que esta ciudad, por mayores esfuerzos que hagan sus habitantes y autoridades, se encuentre en condiciones de salubridad satisfactoria».
1851
Se realiza la primera y modesta distribución de agua purificada en la ciudad de Buenos Aires, en el Molino San Francisco.
1867
Como consecuencia de la epidemia del cólera, se decidió encarar el proyecto de saneamiento del ingeniero irlandés John Coghlan. Para esto, el 23 de diciembre, se creó la Comisión de Obras de Salubridad.
Plano de la ciudad con el proyecto propuesto por el ingeniero John Coghlan, 1869.
1869
El 4 de abril de se habilita el primer sistema de agua corriente del continente americano, en Buenos Aires. Era un sistema primitivo que se iniciaba en el bajo de Recoleta y consistía en dos caños que se internaban 600 metros en el Río de la Plata y transportaba el agua, que luego era purificada, y se distribuía a través de máquinas de impulsión.
Este sistema contaba con 20.000 metros de cañerías y abastecía al 8% de la población.
Buenos Aires se convierte así en la primera ciudad de América con instalaciones de filtros de purificación y un camino larguísimo nos esperaba.
1872
Se inaugura el primer reservorio de agua de Buenos Aires, permitía almacenar 478 m3. En la actual Plaza de los Dos Congresos, antes conocida como Plaza Lorea.
El Tanque de Plaza Lorea a fines de siglo XIX. A la derecha, el frente del antiguo “Mercado Modelo”. La Plaza aún no se encuentra dividida por el trazado de la Avenida de Mayo. S/f.
1874
El 15 de mayo de 1874 es una fecha fundacional para el personal sanitarista, ya que se trata de la colocación de la piedra fundamental de la planta de purificación Recoleta, la primera del país.
Pocos años después de su puesta en marcha y por el crecimiento apresurado de la población, se definió desafectar la planta paulatinamente y reemplazarla con la Planta potabilizadora Palermo, hoy conocida como Gral. San Martín.
La Planta de Recoleta en plena construcción, c. 1875.
1884
Unos años más tarde se construye una de las instalaciones más icónicas de la empresa: el Establecimiento Wilde, que en su momento fue conocido como “Puente Chico”.
Construcción de la sala de máquinas de la Estación Elevadora de Puente Chico, Hoy Wilde, ca. 1884
1894
Se inaugura uno de los espacios más emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires: el Palacio de las Aguas Corrientes. Su construcción se había iniciado en 1887 y llevó 7 años poder finalizarla.
El Palacio de Aguas Corrientes en las primeras décadas del siglo XX.