La guacha, un cuento de Héctor Pellizzi

Cultura

LA GUACHA
Héctor Pellizzi

Creció dentro del Estadio. Se la habían dejado a doña Lita en una caja de zapatos una templada mañana de octubre. Lita con don Julio vivían en una casa hecha para los caseros a unos metros de la cancha auxiliar. La recogieron con cariño y le dieron el nombre de Azul, por los colores del club.
Ya de chiquita ayudaba a pintar las líneas del área grande, los postes de los arcos y le gustaba depositar semillas en los huecos después de cada partido.

Aprendió a jugar al fútbol y participó primero de los torneos infantiles para niñas. Después formó parte de las divisiones mayores y llegó a primera. Con 16 años ganó el torneo Nacional de Fútbol Femenino.

Tenía una mirada insinuante y sus labios carnosos despertaban deseos y codicias. El cutis de color miel incitaba a la caricia y las palabras le salían sensuales.
Algunas chicas se habían apasionado por ella. Pero solo Marta, la media campista, tenía derecho a sus besos después de cada partido bajo la ducha en los vestuarios. Se enjabonaban los cuerpos y se reían como chiquilinas que eran.

Pero a Azul le empezaron a gustar los hombres y vivió un romance con el goleador del equipo de primera división. Las chicas envidiosas por su sensualidad la llamaban “La Guacha”, debido a su origen incierto. El romance duró poco porque al jugador lo vendieron a Argentino Jr, y enseguida los triangularon al Borussia Dortmund. Siempre los negocios los hacía un individuo que le decían “El Pelado”.

Azul lo conocía porque era hermano del presidente y los muchachos de la barra brava siempre hablaban que él les daba dinero y pasajes para que corearan el nombre de algunos jugadores. Arreglaba con diarios y revistas deportivas para que los inflaran y después el Pelado los vendía. También manejaba el negocio de los trapitos, de las hamburguesas y de los gorritos de lana. En una gráfica clandestina fabricaba las entradas para la reventa.

Cuando terminó el campeonato de aquel año, Azul se puso de novia con el arquero suplente. Se enamoró. Se alejó de Marta y se fue de vacaciones con el arquerito.
La Guacha vivió momentos especiales, ardores y atrevimientos nunca imaginados. Ella estaba muerta de pasión.

Al iniciarse el nuevo torneo le escuchó decir al jefe, al número uno de la barra, que lo iban a potenciar a Ariel desplazando al arquero titular. El Pelado ya lo tenía vendido al Al-Mojzel de Arabia Saudita, pero en realidad el destino final era el equipo chino de Jiangsu Suning FC en la ciudad de Nankín.

Las noches comenzaron a ser insoportable para ella. Tormentosas noches de insomnio. No lo podría acompañar porque la plata la manejaba el Pelado y el Pelado nunca simpatizó con ella desde el día que la encerró en el auto y la quiso violar. La Guacha le pateó tantos las bolas que estuvo una semana con hielo y sin caminar.

El pibe estaba tan ilusionado con ser titular del primer equipo y después viajar por el mundo y hacerse multimillonario que no escuchaba lo que Azul le decía. Quería que entendiera la trampa que le estaban tendiendo de la misma manera que a mitad del año pasado se la habían tendido al goleador del equipo, y hoy estaba sin club y con deudas personales. Pero el arquerito no entraba en razones.

Con ojeras, sin dormir, apasionada, Marta la encontró sentada en la inmensidad de una tribuna vacía.

Si me prometés algo, le dijo consolándola, te garantizo que Ariel no viaja. Lo saco del medio al Pelado y todo bien…Azul asintió con un movimiento de cabeza.
El sábado a la noche en un boliche muy de moda al que llaman “Esperanto”, Marta puso el contenido de una capsula de arsénico en la coca con fernet del Pelado.

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