¿Queda lugar para seguir una vida de aparente normalidad después ser parte del horror? ¿O se está condenado para siempre a ser sobrevivientes y nada más que eso? ¿Hay lugar para amar? Esos son preguntas que vuelan rasantes durante toda La llamada, el radiante libro de Leila Guerriero.
Gabo Forte, periodista
La periodista se vuelve parte de la historia de Silvia Labayru, militante de Montoneros, sobreviviente de la ESMA y sobreviviente del repudio de muchos de sus ex compañeros durante el exilio, ya que la consideraban una traidora. Si había salido del infierno de la Escuela de Mecánica de la Armada, era porque algo había hecho. Y el loop de la pregunta de los cómplices silenciosos de la dictadura la repetían, ahora, los propios.
Familiar de militares, parte de la burguesía (como muchos de los lideres de su movimiento), y condenadamente hermosa, Labayru fue secuestrada embarazada.
Tuvo a su hija y pudo entregarla a los abuelos paternos. Sobrevivió, como pudo, como supo, de ese horror y salió. Ya en el exilio, empezó otra historia de infamia. Porque no basta ser víctima, hay que parécelo. Y si algo no parecía Silvia (y no quería) era una víctima.
Acusada de ser cómplice y amante de los torturadores, entregadora de compañeros. Sobreviviente. Como dijo Hebe de Bonafini: “Los que están muertos eran todos héroes, los que están vivo es porque colaboraron”.
Esa piedra pesada se mantuvo sobre ella durante todos estos años. Su historia, su nombre, volvió al ruedo público cuando denunció y llevo a juicio a sus captores por violación. No muchas lo hicieron.
Sobrevuela un halo de niebla en muchos tramos del libros, sobretodo, cuando el síndrome de Estocolmo se posa en alguna de las entrevistas, que a lo largo de dos años (2021-2023), a Silvia y aquellos que la rodearon. No es una, son muchas las veces, en las que esa amenaza se cierne sobre la estructura de la narración.
Y como columna, casi de todo, la historia de amor entre ella y Hugo. Desencontrados por la vida, por ella misma, el amor de una vida llegó casi al final, como para que todo lo pasado haya valido más la pena.
No hay blanco, ni negros. Buenos o malos, hay grises, hay héroes que son villanos y villanos que se comportaron con más humanidad que los propios. Tonos de grises, como la vida.
Leila Guerriero nació en Junín de Buenos Aires, es de ascendencia siria y alemana. De pequeña, dice haber sido influida por los cuentos orales de sus abuelos y las lecturas que le hacía su padre de Horacio Quiroga y Edgar Allan Po.
Sus trabajos figuran en diversos medios como La Nación y Rolling Stone, de Argentina; El País y Vanity Fair, de España; El Malpensante y SoHo, de Colombia; Paula y El Mercurio, de Chile, entre otros. Además, es editora para América Latina de la revista mexicana Gatopardo.