Luis Firpo: Homenaje del Salón de la Fama en la Casa del Boxeador.

Fuente: P12
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El lunes 3 de julio en la Casa del Boxeador, en calle Mitre 2020 de CABA, Luis Ángel Firpo fue recordado en una ceremonia especial, en la cual estuvieron presente el presidente de la Casa del Boxeador, Marcos, Marcos Arienti, la sobrina nieta de Firpo, Chiche Pérez Barbieri, Carlos Irusta, periodista de las revistas el Gráfico, y Ring Side,  el presidente del Salón de la Fama Latino, Ennio Fererira, el directivo de la casa del Boxeador, Raúl Landini y Luís Dolfi, presidente de la FAB.

El presidente del Salón de la Fama Latino, Ennio Fererira, en nombre de la entidad le entregó un recordatorio a Chiche, sobrina nieta de Firpo.

Luis Ángel Firpo fue el más grande en todo sentido, no solo por medir 1,94 metros de estatura y más de 100 kilos de peso, fue en el deporte de los puños un eximio noqueador y en la vida un gran empresario. Firpo fue un mito en vida y lo sigue siendo. El primer gran ídolo deportivo de la Argentina.


Nació el 11 de octubre de 1894 en Junín (provincia de Buenos Aires), Firpo de joven peleó cuerpo a cuerpo contra la miseria. Fue cadete en una farmacia, albañil en la construcción del Palacio de Correos, y cobrador de una fábrica de ladrillos. En 1916 se metió a aprender boxeo en el Club Internacional que funcionaba en la esquina de Libertad y Sarmiento en Buenos Aires.

Nada hubiera sido igual si Firpo no se hubiera subido a un buque de carga en 1922 para tratar de llegar a una pelea por el título mundial de la máxima categoría. Lo hizo por las suyas, a su manera. Sin estilo ni ciencia, a pura potencia y guapeza.

Entre 1922 y 1923 noqueó a cuatro de sus primeros cinco rivales, fueron 11 triunfos antes del límite en 13 peleas. Ya era el “Toro salvaje de la pampas” cuando el 14 de septiembre de 1923 Jack Dempsey le dio la oportunidad por el campeonato del mundo, ante 85 mil espectadores en el Polo Grounds de Nueva York.

La llamada “Pelea del Siglo” duró tres minutos y 57 segundos que todos los argentinos alguna vez hemos visto. Aún hoy está considerada una de las tres más vibrantes de toda la historia del boxeo mundial: Firpo había caído 7 veces antes de dar un terrible mandoble de derecha, que lanzó a Dempsey fuera del ring en el épico primer round. Lo hicieron reaccionar para que volviera al ring, volvió 17 segundos después de la caída, pero el árbitro Jack Gallagher no realizó la cuenta de diez. Por eso Firpo no fue el primer campeón mundial del boxeo argentino.


Buenos Aires no durmió aquella noche. Tampoco los pueblos y barrios circundantes. Julio Cortázar, en su libro La Vuelta al Día en 80 mundos, recordaba a toda su familia reunida en su casa de Banfield en torno de la radio.

La derrota no manchó su nombre y su honor de bravo peleador, más bien todo lo contrario. Le dieron una bienvenida de héroe deportivo y se transformó en una celebridad nacional. Mucho más cuando se supo que había peleado con una fractura en el húmero del brazo izquierdo. En muestra de reconocimiento por su actuación, el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Carlos Martín Noel, derogó el 3 de febrero de 1924 la ordenanza que llevaba 32 años prohibiendo el boxeo y rehabilitó su práctica.

Firpo cambió la historia. Transformó una actividad marginal y clandestina en un fenómeno masivo y popular. Por eso, cada 14 de septiembre, la Argentina celebra en su memoria el Día del Boxeador. Y por eso también, la gente jamás le reprochó aquella derrota rotunda ante Dempsey.
En 1923 cobró 96 mil dólares por noquear en ocho vueltas al ex campeón Jess Willard y 156.250 por desafiar a Dempsey, y no dilapidó un solo dólar.

Cuando se retiró por primera vez en 1926 era inmensamente rico y famoso. Tuvo la representación de una marca de autos importados (Stutz), fue propietario de tres mansiones en el Barrio Norte, llegó a ser dueño de 12 mil hectáreas y miles de cabezas de ganado y caballos en la provincia de Buenos Aires, y era recibido con honores por la Sociedad Rural. Nunca se casó con Blanca, su esposa y jamás le interesó tener hijos.

En 1953, el general Perón lo sentó a una mesa de la residencia de Olivos con Jack Dempsey y los homenajeó a 30 años de la pelea del siglo.

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