La voz de los barrios entrevistó a Sara Rueco Antúnez, uruguaya de Montevideo, desde muy niña vive en nuestro país, y es militante antirracista.
Con su madre y sus hermanos emigraron a Argentina mientras su padre participaba de la acción gremial y trabajaba en el telégrafo. Por razones personales y políticas se quedó en el vecino país donde ya se había instaurado la dictadura.
Eras muy chica pero ¿qué sabes lo que te contaron de la dictadura de tu país?
Fue una época muy dura, nosotros vivíamos en un barrio obrero, Nuevo París, donde había resistencia al régimen por parte del Frente Amplio que se creó en 1971, el golpe fue en 1973.
Mi barrio era de obreros de la carne, de la curtiembre, había muchos niveles de contaminación, sufríamos inundaciones y falta de alimentos. No había futuro a no ser trabajar como sirvientas como mi mamá, o policía, o cartonear.
Aquí, en Argentina, vivían unos hermanos de mis padres que habían sido perseguidos políticamente porque eran universitarios, y otros que la pobreza los había corrido del Uruguay.
Con mi mamá llegamos en el año 1974 a una Argentina donde se vislumbraba la persecución a ciertos sectores de la sociedad. Fuimos a vivir a vivir a Guernica en Prov. De Buenos Aires. Nosotros vivíamos una casa que no tenía puerta y ventanas, fue el único lugar que conseguimos como migrantes.
El día del golpe de Estado mi mamá que trabajaba como doméstica nos contó que cuando llegó a la estación estaba llena de policías y los bustos de Perón y Evita destrozados en el suelo.En Constitución la policía montada la había ocupado y le gritaban a los trabajadores que se dispersen.
Estuvimos aquí hasta el año 1978 subsistiendo cómo podíamos, nosotros íbamos de una escuela a otra. La pobreza no es como se ve desde afuera, ser pobre implica un montón de cosas, implica frío, hambre, contaminación, piojos, pulgas. Por recomendación de los vecinos mi mamá nos ponía kerosén en la cabeza para los piojos. La gente del barrio fue muy solidaria con nosotros, nos ayudaban con alimentos hasta qué nos volvimos.
Mamá y papá de Sara
Con el tiempo entendí que mi madre, una mujer negra, era victima del racismo tanto aquí como en Uruguay. Fuimos a vivir a un conventillo en la Ciudad Vieja, y ahí comenzamos de nuevo, de cero. Durante el mundial del ´78 mi madre trajo un televisor usado, era la primera vez que teníamos uno. En esa época aparecían los cadáveres de los desaparecidos argentinos en las costas uruguayas. En mi país había una conciencia de resistencia a través de las murgas, de los tablados, del carnaval y del candombe en la calle. La Ciudad Vieja era un barrio de mucha exclusión. Los conventillos eran hacinamientos, en una piecita vivían 10 personas.
Familia Antúnez Rueco
Era una barrio portuario y era común la prostitución y la trata de personas. Nosotros cuidábamos algunos niños de mujeres en situación de prostitución. En 1979 fue el año internacional del niño y de eso no me olvido, porque al medio día íbamos a los comedores para poder alimentarnos, a la tarde recorríamos las panaderías a recoger desechos de facturas y a la noche, al cuartel donde nos daban de comer. Ese fue el año internacional del niño y las infancias en la Ciudad Vieja, violentadas y empobrecidas, las contradicciones eran muy profundas.
En 1980 decidimos volver a la Argentina, ya con mi papá. Fuimos a vivir a Almagro, estuvimos en Balvanera y después a Avellaneda, nos encontramos con otra Argentina, a tal punto que cuando nos fuimos anotar a la escuela nos preguntaron de qué religión éramos como requisito para inscribirnos en la educación pública, mi papá ya nos había dicho que dijéramos que éramos católicos.
Nosotros comenzamos la pre adolescencia y adolescencia en dictadura, después en 1982 y 1985 nacieron respectivamente mis dos hermanitas, así que éramos cinco hermanos aquí, y estuvimos juntos todos hasta el final de la vida de mis padres.
Sara con el papá y el hermano
En 1986 terminé el secundario, fue cuando la UBA retira el examen de ingreso restrictivo, y yo entré para estudiar trabajo social, estuve tres años, pero tuve que priorizar el trabajo. Nosotros siempre trabajamos explotados, de forma ilegal, pero teníamos trabajo, por eso era imposible sostener 10 o 12 horas de trabajo con el estudio.
Familia Antúnez Olivera
Una de las características significativas para mí, es que la gente de este país siempre estuvo en la calle en las marchas, y nosotros estábamos en todas las marchas como parte del pueblo. Era un aliento para nosotros, en un país al que intentábamos echar raíces, pero sumamente racista, xenófobo. Mi propia madre comentaba que en el mundo creían que en Argentina vivía gente europea, blanca, pero aquí, decía, “hay en indiecitos por todos lados”. La pobreza y el color de piel hablaba muy fuerte de nuestra sociedad, y tener un color de piel era tremendo, éramos los cabecitas negras que nosotros no sabíamos bien qué significaba.
Allá por el año ´85 a mi casa venían africanos que estaban en la lucha contra el apartheid de Sudáfrica.
Recuerdo algo muy gracioso, porque nos preguntaban como creíamos que ellos se vestían en África y nosotros decíamos con taparrabos y se reían ¿y cómo creen que es nuestra música? ¿sólo tambores? Sí, sólo tambor le decíamos y se reían ¿y nosotros en qué idiomas hablamos en el África? y le contestábamos “en africano” y se volvían a reír. En Argentina África era un país no era un continente. En la escuela no te enseñaban sobre África.
Que mis tíos estuvieran en la Comisión de Lucha Contra el apartheid, no era casualidad, eran negros, todos en mi familia éramos negros, todo eso formó parte de mi conciencia. El candombe, y todo aquello que me enriquecía, la comedia negra de Buenos Aires, que dirigían las hermanas Platero donde trabajaban amigos y amigas, comunidades afro brasileños que hacían show, tango candombe…
Era un estado de ebullición. Todo eso fue hasta los 90, donde hubo un golpe económico que produjo cambios culturales en la época, terminó con muchas cosas y nosotros nos tuvimos que mudar para Avellaneda. Cambié de escuela, siempre trabajé, limpiaba casas por la mañana y en la tarde me iba al colegio secundario.
Cuando las Madres de Plaza de Mayo abrieron la Universidad popular, me sumé y fue una bisagra para mí, desde lo personal, desde lo político, desde lo social.
En 1992 nació una niña, mi única hija Y yo iba a la facultad con ella.
Acompañé activamente la conciencia que adquirí de la economía social, de la educación popular, de los movimientos latinoamericanos, como por ejemplo los sin tierra de Brasil. Acompañé los conflictos que se producían por motivo de las privatizaciones. Adquirí herramientas poderosas para desenvolverme como militante social, barrial.
¿Cómo te encontró el 2001?
De forma terrible. Con represión, gases, muertos… Pero a su vez fue maravilloso ver como el pueblo se organizaba. Percibí como madre, con una niña, que me tocaba ahora a mí ser parte de la organización con la gente del barrio, en Avellaneda. Un pueblo que se fue organizando, la organización social desde las asambleas, la toma de fábricas, un país que estaba en llamas pero que daba respuestas. No había trabajo, estaban los clubes de trueque, pero a su vez, por ejemplo, mi hija tenía fortalecimiento escolar en el espacio de las asambleas. Había muchas formas organizativas, desde aprendizajes de construir ladrillos con material reciclado hasta aprender inglés piquetero.
Familia Antúnez Rueco
El 2001 nos encontró en pie de lucha. No nos encontró desarmados, sabíamos lo que teníamos que hacer, como confrontar lo que sucedía.
¿Qué pasó cuando los peronistas ganaron el gobierno?
La era kirchnerista nos posibilitó vivir de otra manera, ver a mis padres tener acceso a las jubilaciónes, a otra calidad de vida… fue esperanzador.
Había una participación activa, recuerdo que nosotros, con mi madre, participamos de la contracumbre que derribó el Alca, participamos de marchas con los pueblos originarios, de los cuales, desde los 15 años interactuaba con las culturas aborígenes en el Teatro San Martín con Mercedes González, una historiadora que conocí, además, cuando vivíamos en un departamento de Callao y Corrientes enfrente estaba el Centro Kolla. Compartía con ellos porque era parte de esas raíces ancestrales.
Con las Madres nos fuimos a los primeros encuentros de salud comunitaria, en varios lugares y provincias. Todo esto significó una preparación para terminar donde terminé en el Movimiento afro descendiente que tenían un espacio en la calle Defensa, en San Telmo. Empecé a concurrir y de allí salíamos al barrio de La Boca, donde yo ya vivía, con el proyecto de salud comunitaria, de cooperativismo, con una mirada antirracista, de identidad afro. En esos momentos había políticas que impulsaban todo eso. Por ejemplo,Tomada, Ministro de Trabajo, realizó el primer encuentro de trabajo y afro descendientes.
Se instauró la ley 26582, del 8 de noviembre – del afro argentino y la cultura afro , en homenaje a Maria Remedios del Valle.
A partir de todos esos movimientos comenzamos a trabajar en el barrio de La Boca desde la cooperativa “Cultura Minga” en el año 2010 hasta ahora. Una cooperativa de trabajo de afro descendientes, población indígena y diversidades.
La recuperación y la revalorización de nuestros ancestros, que no se los consideraba humanos, es lo que nos da la fortaleza para poder tener una mirada hacia el Buen Vivir, también tenemos un programa radial en FM Riachuelo, “Afrodecires” desde hace 5 años.
Reportaje: Héctor Pellizzi
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