Un día como hoy del año 2003, el dueño de la Editorial Corregidor, Manuel Pampin, me entregaba el primer ejemplar impreso del libro «Historia Política del Deporte Argentino (1610-2002)».
Esta obra fue un trabajo comenzado cuatro años antes con la ayuda de muchos compañeros integrantes de la Liga Justicialista del Deporte que llevábamos más de tres décadas de militancia en el Movimiento Nacional en todo el país.
Los dos colaboradores centrales de este texto fueron el ingeniero y gran basquetbolista, Jorge Aníbal Becerra y el periodista Horacio del Prado, quienes además escribieron sendos prólogos. “UN LIBRO POSMODERNO CON PERDÓN DE LA PALABRA” (Horacio) y “LIBRO IMPRESCINDIBLE PARA CONOCER NUESTRO DEPORTE” (mi compadre Jorge).
Fue presentado en más de trescientas ciudades de nuestro país, viajando miles de kilómetros con amigos como Osvaldo Suarez, Fernando Aren, Luisa Niglia, Roberto Roitman, Maite Robillard, Hugo Lencina, Jorge Canavesi, Norberto Zen, Eduardo Guerrero, Julio Ricardo, Celia Sucurado, Eduardo Cavadini, Alejandro Delgado Morales; Raúl Bittel, Hugo Sager, Juan C Guzmán, Nélida Posse, Julio Eggimann, De. Cayetano Bellomio, Dra. Graciela Fernández, Pedro Bonettinni, José M. Cuadrillero, Jose Luis Ponsico, Mario Cabrera, Carlos Garcia y el querido “Kicho” Toyama.
Gracias a todos los que hicieron posible, especialmente a los que ya no están entre nosotros, que una parte central de nuestra historia fuera conocida.
Víctor Lupo
Si alguno aprecia que las líneas que siguen transitan el camino del panegírico, puedo confirmarle que acertará. La «Historia Política del Deporte Argentino (1610-2002)», de reciente publicación, y cuyo autor es nuestro entrañable Víctor LUPO, constituye en nuestra opinión un sustantivo aporte al «continuum cultural popular argentino». De ahora en más, se va a hacer difícil prescindir de este trabajo enciclopédico para quienes se interesen por las cuestiones de la historia argentina. Esta suerte de base de datos organizada en torno a la óptica del autor, pone a disposición de los estudiosos, una cantera de datos no solo para estudiar el deporte, sino la historia de la cultura popular argentina, y ese singular fenómeno argentino que es el peronismo. Lupo, peronista confeso, aborda el trabajo desde una perspectiva peronista. Sea porque el peronismo se dedica a hacer la historia y no a escribirla, sea porque los groseros y los sutiles mecanismos de ocultamiento que cultivan los gorilas y los neogorilas, resultan infrecuentes libros sobre el peronismo escritos por peronistas. Vale acotar que por ejemplo en el idioma inglés la inmensa mayoría de lo publicado está escrito por argentinos gorilas.
Como esta recensión está destinada al cyberespacio, no es raro que sea leído por no argentinos que no están familiarizados por la agonística argentina. Peronistas y gorilas son como el Ying y el Yang que anima traumáticamente la fluencia vital argentina desde 1943, entroncada por líneas antagónicas, asaz inconciliables que atraviesan la vida argentina quizás desde el mismo momento en que los conquistadores y evangelizadores españoles, entraron en traumática relación con las etnias aborígenes existentes. No se puede comprender al peronismo sin los gorilas. En esta dialéctica lacerante, se constata aquello que: «Nuestro adversario nos complementa». Las tijeras «civilizadas» de podar gorilas han fortalecido la «bárbara» planta peronista. El aporte gorila no está ausente en este libro, pero Lupo haciendo gala del cumplimiento de apotegma, que el peronismo «no es sectario ni excluyente» escribe su compendio con perspectiva peronista, pero no deja afuera a todo el devenir cultural argentino, que es donde cobra perspectiva el quehacer del peronismo en el área del deporte y la Educación Física.
Por suerte Lupo no ha sido «deseducado» por los cenáculos académicos, dado que la misma dinámica turbulenta de la Argentina, lo arrojo a la vida, y allí pudo comprobar, como decía José Hernández que: «Todo el mundo es escuela», que: » practicar deporte es vivir» como decía el Doctor César Viale. Y que el deporte: «Es escuela de vida» como nos enseñara el General Perón.
Por eso no es de extrañar que desde esos cenáculos, provendrán algunas críticas al libro propias de sus estériles formalismos que es lo único que puede hacer desde sus «hortus conclusus», como ya los estigmatizara en la década del treinta el recién ahora descubierto cordobés Saúl Taborda.
En la ciudad de Buenos Aires, existe un Centro Cultural » Enrique Santos Discépolo», cuya página web, tiene un lugar para los «malditos» en la cultura argentina. No sé porque barrunto que este libro, por suerte, pasará a ser un libro maldito. Esa calificación le hará ganar un lugar en muchos corazones argentinos, que se sentirán reflejados en sus páginas, en sus conmovedoras fotografías, en los testimonios y anécdotas que acompañan ese manantial informativo, que no hace recordar a la «Historia de la Ingeniería Argentina» del Ingeniero Vaquer que publicara Eudeba en 1963. Se me hace que la lectura de los libros de Lupo y de Vaquer nos da un panorama real de lo que la Argentina fue y de lo que puede ser.
Porque recordando a otro erudito tucumano, Alberto Rougés, cuando en su «Las jerarquías del ser y la eternidad», decía que: En el acontecer espiritual, el pasado y el futuro, nacen y crecen juntos; coexisten y se compenetran recíprocamente», creemos que este libro no solo es retrospectivo sino prospectivo.
En los días que corren cuando saltan por los aires los parámetros de la certidumbre, de la precisión y el control. Donde las tesis de Newton, Descartes y el taylorismo, pasan a ser reemplazados, por los de la física cuántica, la teoría del caos, los fractales y las concepciones Gaias, el aporte de Lupo es un aliciente para seguir apostando a la misteriosa creatividad del pueblo.
El libro sirve también para recordar lo que nadie o mejor dicho, el gorilaje y sus sucesores al estilo José Pablo Feinmann intentan ocultar. También cumple con el «todo escrito es autobiográfico» y Lupo nos da cuenta de su paso por la función pública por las áreas deportivas oficiales, donde puede exhibir que cumplió con los que otros no cumplieron, ni cumplen: reglamentar la Ley del deporte 20.655 de 1974 propuesta y promulgada por el general Perón. El bueno de Víctor no lo dice, por natural modestia, más sus amigos podemos decirlo: su empuje fue decisivo para convencer a instancias superiores para que se reglamentará esta ley, que hoy puede ser considerada de avanzada y como precedente, de los que hoy están descubriendo las bondades de la «regionalización «y del «Presupuesto participativa», que ya formaban parte de ese monumento jurídico incumplido, luego de su paso por dichas áreas gubernamentales.
Este libro nos pega mucho a los que compartimos la franja etaria de Lupo. Somos los que de niños vivimos sin mucho comprender aquel «dorado cuento de hadas» que fuera la «Nueva Argentina de Evita y de Perón», fuimos los que en plena juventud tuvimos la dicha de asistir al regreso y la pena de llorar la entrada en la eternidad del general Perón entre 1972 y 1974.
Este libro nos recuerda los iconos de la cultura popular que dieron sentido a nuestra cotidianeidad y nos permitieron afrontar años amargos.
Lupo está alimentado por esa «carroza de fuego», que tenemos el deber de transmitir a los que nos suceden.
Tal vez sea ese el mandato de los peronistas de nuestra generación. No puedo dejar de hacer una referencia personal, ya que Víctor tuvo la generosidad de citarme en abundancia en este libro y de recordar a personas que fueron decisivas en nuestra formación, algunas de las cuales ya no están junto a nosotros.
Las consideraciones precedentes, son las que me hacen decir que estamos frente a un aporte sustantivo a la cultura popular argentina, un libro que quizá sea «maldito» por la «inteligentzia» que condenaran tanto Jauretche como Rodolfo Kusch. Eso no será óbice para que sea lea en las casas de familias, tal vez a hurtadillas como esos libros que escondidos en algún galponcito y en el fondo de algún placard, nos mostraban nuestros mayores en los tiempos de aquel Decreto 4161/56 que atinadamente coloca Víctor en el apéndice de su testimonio.
Lic. Alfredo Armando Aguirre.
Año 2004