Sólo quería decir, de Rubén Américo Liggera (Rama Negra, 2021) es una obra integrada por once poemas. Todos ellos conducen a los demás, como senderos que se cruzan en un bosque. En todos se respira la atmósfera semántica del origen, de la memoria. Y del sueño infatigable de un alma donde la sombra se sabe un aspecto de la luz.
Sólo quería decir está a la altura del silencio. Cuando comenzamos a leer, enseguida nos vamos sumergiendo en ese silencio gestante donde se modeló la palabra. El poeta la llevó en sus huesos, y dejó que le secara hasta la última lágrima, antes de pronunciarla.
Tal es la impresión al leerlo: estas palabras ya estaban escritas hace mucho tiempo en el silencio. En un silencio hondo, pero desnudo y abierto; firme y severo, pero a la vez tierno y luminoso.
Ahora el poeta trajo estas palabras con su oficio, como diría Pavese.
Ahora el poeta las transcribió y, para que todos podamos leerlas, hizo este camino hacia la luz.
hacia la luz caminás (fragmento)
solamente confiás
en el rumbo de los pájaros
(…)
pero seguís el rastro/
atento a los indicios
y caminás
sin desaliento
ni fatiga/
caminás
Al comenzar, nos deja un autorretrato. El más preciso, que es el más tierno, el más fugaz. Ese que proviene del mejor espejo, que quizá es siempre la mirada de quien nos ama, de quien amamos.
selfie
en medio de la pista
bailaban valsecitos y boleros
de pronto
ella apartó su mejilla
lo miró con lejana ternura y le dijo:
-¿por qué tenés esa mirada
tan triste?
eso fue en primavera
Sólo quería decir no concede nada. Se puede ver aquí un poeta que conversa con el hombre, que inmerso en la verdad opaca de la existencia, la sabe esperar y respeta sus largos silencios.
Liggera mezcla colores fríos con colores cálidos de una manera fraterna e insondable. Así, nos pinta una metafísica de la intemperie donde aparece un cielo luminoso, quieto, frío, y una tierra oscura y en movimiento, cálida. Y entre ese cielo y esa tierra, nuestros días, nosotros en la intemperie del ciego azar y el designio de la incertidumbre.
el arquero ciego
entre el cielo diáfano
y quieto
donde el tiempo ha cesado
y el barro oscuro
y húmedo
donde la lombriz colorada mora
una flecha
entre las muchas disparadas
surca el aire incierto
de tu vida
Nos ofrece también un poema como “naranjas amargas”, que es como un sueño, un verdadero paisaje de la infancia; o “yo te lo pido”, una auténtica oración, un rezo dirigido al otro sueño, al recuerdo de la primera luz del día por venir, y digo bien, al recuerdo de cómo será esa luz.
El poeta, a lo largo de todo el libro, se dirige a alguien cercano, que es siempre una parte de sí mismo.
En el poema que cierra el libro, “última ratio”, le habla a su parte más tierna y desnuda.
última ratio (fragmento)
oh/ calcinado corazón
¿no reconocés ya
a este cuerpo/ maltratado
por los años?
¿no sabés/ que todavía llora
con la primera/ y tibia
luz del día?
La obra encuentra su centro cuando el poeta se dirige a su padre en “día de los muertos” y principalmente en “solamente eso”, el poema que remite al título del texto.
Allí, con una clara referencia a los evangelios, el poeta se dirige a su padre y, al mismo tiempo, creo yo -el lector tiene el derecho de la libre interpretación-, a su patria. Es para hacerle una pregunta que como hombre ya se contestó sobradamente, pero que ahora debe dirigirle como si fuera un niño, para que el padre esté ahí, más cerca del abrazo, más cerca del abrigo que el niño sigue esperando, reclamando, hecho niño una vez más, sobre todo cuando cae en la hoya de la angustia.
solamente eso (fragmento)
caí
otra vez
en esa hoya húmeda
donde vos y todos ellos/
habitan
y yo quería decirte
pero/ sentía la bruma
del hielo áspero
y sucio
de la noche/
en la lengua
¿por qué no me arropaste/
Padre?
yo sólo quería
decirles
Alguien dijo que “el conocimiento es un co-nacimiento”.
Liggera nos presenta un libro donde esta frase puede aplicarse en todo su sentido.
Sólo quería decir atraviesa sin vueltas la herida, el dolor, el escepticismo, la crueldad, el frío, la desazón… Pero es un libro luminoso, porque su palabra no se queda ahí, suena siempre viva, clara, bella y creadora. Siempre desciende cristalina a la fuente. Y, sin eludirlo, trasciende el dolor. Proviene de un alma donde la sombra se sabe un aspecto de la luz.
Quiero, para concluir, mencionar un poema que se dirige al origen, y que a la manera heideggeriana lo ve, no como lo que quedó atrás, sino como lo que se abre camino hacia adelante. Tanto en este poema, como en “día de los muertos”, el autor establece una continuidad vida-muerte-vida que anula toda idea de linealidad temporal y nos presenta el tiempo como un remolino de eternidades fugaces.
Así, dirigiéndose al origen, a su madre, logra que la nada imperturbable se deshaga en el amor de un momento, en la ternura filial de su voz, en la magia inescrutable de la memoria compartida y, finalmente, en “la viva voz” del silencio.
Enero 24, 2018 (fragmento)
cuánto dolor
lo sé
siempre lo supe
pero yo te lo describo ahora
con la viva voz de mi silencio
Más información sobre el libro en este enlace.
*Enrique Scarpatti (Junín, 1957)
Poeta, escritor, arquitecto y ajedrecista. Desde 1975 ha colaborado con diversos medios literarios y periodísticos. Entre dichas intervenciones se destacan su “Observatorio Urbano” en el diario local “La Verdad” y la publicación de notas y poemas en las revistas “Pautas” y “Entrega”, de la ciudad de Rosario. En Junín, dirigió las revistas “Contraseña”, “hUMANO” y “Correo Abierto”, ésta última en calidad de presidente de la Sociedad de Escritores local.
Obra publicada:
Resol (1974), Violáceo (1978), La prisión sin límites (1984), Silencios que brillan (1998), El poder de morir (1999), Signografías (2001), Historia del gato (2006), Poemas en fuga 1era. Ed. (2006), Tetraedro (2008), Historia de un punto (2012), Historia de una línea (2014), Zigurat (2017) y Poemas en fuga (2da. Ed. 2021).