En Farenheit 451, los bomberos no impiden incendios, los propician, y el combustible de ese fuego son los libros. En su icónica novela, Bradbury vuelve con la idea de un mundo distopico en dónde las ideas son peligrosas y que mejor promotor de las ideas que los libros.
El fuego purificador se convierte en Ellos (secuencias del desasosiego), de Kay Dick, en una invasión sin rostro, violenta, pasiva e implacable, que acorrala a los artistas y los convierte en conformistas.
Porque como se lee en varios pasajes de esta novela corta (poco más de 100 páginas), el incoformismo es peligroso para esta nueva sociedad. Y el arte es esa mecha que enciende inquietudes, despierta amores y desamores, da vida.
Una sociedad gris, desapacionada y violenta. Grupos de artistas llevados a vivir en ghettos, perseguidos, empujados al suicidio, la locura.
Dick construye un potente relato que hoy, como muchas obras de este tipo, pueden leerse como actuales. ¿O, acaso la corrección politica no es, quizá, esto mismo? Artistas empujados a pensar una y otra vez antes de escribir, componer música, o filmar una película, si ofende o no a alguna minoría, y si esto, a su vez no le traerá una furiosa cancelación.
El arte pierde sentido si deja de incomodar. El libro de Dick funciona como advertencia. Esperemos no llegar a eso