Por Lucas Molinari
“En política no hay sorpresas, hay sorprendidos” solía decir el “Gordo” José Acuña, un viejo compañero de la Gráfica que falleció hace unos años.
Una frase que podría graficar la sensación de muchos de los que creímos que ganaba Massa.
El silencio de los que no se pronunciaban, los indecisos de las encuestas, finalmente eligieron al autodenominado libertario.
Ganó la bronca, un BASTA, un rechazo a un fiel representante de la política profesional, que parecía haber ganado el debate con su “por si o por no”.
La inflación lo pudo. Es que el empobrecimiento del pueblo fue progresivo desde el macrismo, la pandemia generó un shock a nivel mundial, que desbordó cualquier previsión.
Vale apuntar algo que no siempre expresamos: las organizaciones también perdieron representación social. Hicieron campaña por Massa, sacaron comunicados, pero no fue suficiente. Ni por lejos.
Milei supo cautivar a una base social que en otro momento optó por el peronismo. No hace tanto… El Frente de Todos obtuvo en 2019, 12.946.037 de votos contra 10.811.586 de Macri. Después del tremendo saqueo y endeudamiento, igual lo respaldó un 40,26% al actual “armador” del próximo gobierno. El domingo pasado, La Libertad Avanza logró un respaldo de 14.476.462 de compatriotas por sobre 11.516.142 que elegimos a Unión por la Patria.
Ganó el NO. Más allá de ciertos bravucones que merodean por las redes o que atacan símbolos de la lucha de nuestro pueblo (como en la Cooperativa Gráfica Chilavert), el triunfo fue por la negativa, primó el sentimiento de repudio a “la casta”.
El oficialismo hizo campaña del miedo porque no hubo mucho para ofrecer. En los trenes los carteles decían cuánto subiría el boleto, el ministro-candidato se dedicó a explicar el abismo que significan las políticas liberales… Y muchos pensamos que la opción mayoritaria sería por “ese que parece normal” o “ese que tiene una familia tipo”.
Pero no, la diferencia fue amplia, por 2.960.320 de votos.
Y.. ¿ahora qué?
Las reuniones se multiplican, el activismo habla de resistencia, pero el panorama en bien diferente a 2015.
Aquel 9 de diciembre se retiraba Cristina Fernández de Kirchner ante una Plaza colmada. En un fragmento de su discurso expresó: “La confianza del pueblo se logra de una sola y única manera, no hay fórmulas mágicas, no hay alquimias raras, no hay patentes de invención para construir confianza popular y social; la confianza se construye cuando cada argentino piense cómo piense, sabe que el que está sentado en el sillón de esta Casa, es el que toma las decisiones él y que cuando lo hace, lo hace en beneficio de las grandes mayorías populares”.
Cuatro años después, se dio un escenario similar, lleno de esperanza después de años de crisis, incertidumbre y represiones. Cristina le tomó juramento a quien ella había elegido para ser Presidente y le decía: “Confíe en su pueblo, nunca traiciona, son los más leales, sólo pide que los defiendan y representen“.
El tridente mediático antinacional (Clarín, La Nación e Infobae) se encargó desde un primer momento en buscar el conflicto en la fórmula ganadora, mientras que mucha militancia del Movimiento Nacional “eligió creer”.
Hubo derroche, se derrochó la confianza del pueblo, la esperanza de los más humildes. Se desperdició, por burócratas alejados de la realidad, por dirigentes acomodaticios que andan a los codazos para ganar la rosca política. También, por quienes utilizan la función pública para hacer plata, un legado menemista que tuvo su continuidad en estas décadas. Afirmar esto no implica, para nada, negar las conquistas sociales logradas.
Es inevitable ir y venir en una reflexión histórica…
Ese ¿qué pasó? es imprescindible que nos interpele al ver ese piberío de los barrios que festejó la victoria del León (símbolo colonial si los hay, identifica a tanto a España como a Gran Bretaña).
“La historia enseña que toda revolución política debe encastrar con una revolución cultura previa” plantea Carlos Avondoglio en el libro “¿A dónde vamos los trabajadores”, y continúa: “El kirchnerismo representó una fenomenal recuperación material aunque desacompasada de una equivalente recomposición político-cultural. Es cierto, generaciones enteras de militantes ingresaron a la política y no pocos desahuciados de las etapas previas se reencontraron con sueños que pensaban extinguidos; y todo cuando la Argentina organizada se desteñía como una marquesina desmontada que debía que aquí había existido un país”.
Una reflexión que viene bien para este momento de shock.
Porque la “década ganada” resultó, finalmente, hegemonizada por una lógica del aparato que tenía poco de setentista y mucho de menemista. El idealismo se utilizó para cierta inflación del discurso sin relación con la práctica, es decir con el avance del gobierno en derrotar la matriz dependiente sembrada por la dictadura genocida.
No se recuperó la flota mercante, el mar siguió privatizado, también el río Paraná, los puertos continuaron en manos de las corporaciones y el comercio exterior también.
El único cambio que modificó los intereses de la clase dominante fue la recuperación de YPF (además de haber rajado a las AFJP). Por eso, el revanchismo renovado de Milei-Macri, viene a saquearnos esa posibilidad.
Pero, vale recordar, que fue solo una condición de posibilidad, porque hubo mezquindades y limites desde la conducción.
Cuando se refiere Avondoglio a lo “cultural”, cabe relacionarlo con lo que hemos vivido desde 2003 a 2015. Se reivindicaba el ascenso social y la capacidad de consumo de los sectores populares pero no se trabajó en la continuidad de un proyecto de país (promover la formación y organización política).
Algún dirigente dijo en 2011 que, si no se avanzaba, se retrocedía. Así ocurrió.
Primero por el sectarismo. La ruptura con la CGT, conducida por Hugo Moyano, debilitó a un gobierno que eligió “salir a los mercados” ante el cuello de botella que imponía el crecimiento vivido en los años previos. En vez de recuperar soberanía y construir poder popular se eligió la división del Bloque Nacional.
Desde esa época se derrocha legitimidad. Porque en las presidenciales del 2015 no se acompañó a Daniel Scioli luego de haber bajado a Florencio Randazzo de la interna. Tras la derrota con Macri, la división política primó, pero el liderazgo de Cristina tenía vigencia (a pesar del cuestionamiento de algunos que luego en 2019 se acomodaron).
Pero lo que vino fue un ir y venir desgastante.
Cualquiera que relea las cartas de la vicepresidenta en este periodo del Frente de Todos, puede preguntar ¿cómo, no se discutió nada antes de definir la fórmula?
Atónitos algunos, convencidos otros, pero sobre todo cada vez menos militancia debatió el quehacer de la política profesional (las organizaciones fueron en general espectadoras de las disputas del Palacio).
Luego vino la aprobación del acuerdo con el FMI, la renuncia de Máximo Kirchner sin proponer alternativa y el silencio de la dirigencia que esperó su aprobación en el Congreso para oponerse.
Mientras tanto, la fragmentación al interior de la clase trabajadora se hizo abismal. Una minoría laburante con paritarias cobra 15 veces más que una gran masa que vive con la mínima, hambreada por la guerra económica de las corporaciones.
Milei supo hablarle a esos últimos que no fueron los primeros, que responsabilizaron a la política que no supo contener a la casta de grandes empresarios especuladores.
Es crucial que la reflexión vaya más allá de quién fue el candidato, de cuál fue el consultor extranjero que armó la gráfica de campaña o los spots…
Estamos ante un fin de época que obliga a un barajar y dar de nuevo.
Si la campaña de Sergio Massa prometía eliminar retenciones y pagarle al FMI con el crecimiento de las exportaciones, el interrogante que surge es ¿qué es el peronismo hoy?
Porque la consolidación de un país dependiente sabemos, por nuestro pasado, sólo trae penurias para las mayorías.
La victoria de Javier Milei impone un desafío. La unidad ante todo y un programa de liberación nacional.
Porque la banda de saqueadores que van a asumir el 10 de diciembre nos desprecia y están dispuestos a reventar todo.
Por ejemplo, las 23 empresas del estado o con participación pública. Es decir, lo poco que nos quedó como pueblo después de la dictadura, el menemismo y el macrismo.
La planificación del saqueo es lo que se viene, la apropiación por parte de los grupos extranjeros y sus socios locales de los resortes para controlar nuestros bienes comunes.
De allí, varias preguntas, la más importante: ¿Qué hacer?
La dirigencia deberá salir por arriba de este laberinto, y sólo podrá hacerlo construyendo organización popular.
Los peligros son palpables.
El primero es cómo se resolverá la “bomba de Leliqs” de la que tanto hemos escrito en estos Panoramas, con la dedicación constante de Horacio Rovelli en calcular ese enorme negocios de los bancos, que se multiplicó con este gobierno.
¿Se desarmará con más endeudamiento? ¿Habrá un Plan Bonex? ¿Será con las privatizaciones de YPF y el vaciamiento del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de ANSES?
Habrá que ver cómo se rearman las alianzas partidarias post 10 de diciembre.
Por ahora, lo que hay son declaraciones de Milei y afiebradas negociaciones en torno a quiénes comandarán los principales cargos del gobierno entrante.
Paolo Rocca parece tener asegurado a un hombre suyo al frente de YPF, Horacio Marín, así como Funes de Rioja puso al Secretario de Minería, Sergio Arbeleche. Alfiles de Eduardo Eurnekian manejarán la jefatura de gabinete (Nicolás Posse), entre otras carteras claves, Schiaretti-Randazzo negocian lo suyo en el Ejecutivo y en el Congreso, mientras que Macri puso a Bullrich en Seguridad y busca que este sea su anunciado “segundo tiempo“. Igual hasta que los nombramientos no se publiquen en Boletín Oficial, habrá mucha rosca, sobre todo con el Ministerio de Economía, que por ahora parece quedar en manos del fugador serial “Toto” Caputo (que aseguró a los bancos que no van a dolarizar).
El sindicalismo ya se puso en marcha y los movimientos sociales también.
Asambleas en los medios públicos de trabajadores de prensa, en los ministerios, en fábricas en conflicto…
La foto de Daniel Catalano y Rodolfo Aguiar quizá muestre el tiempo que viene. Dejar de lado diferencias para enfrentar un feroz ataque al pueblo trabajador.