El tren de Junín a Retiro, un péndulo en la historia

Ferroviarias

El tren de Junín a Retiro

 

La primera vez que viajé a Retiro después del inicio de la vuelta de los tren de pasajeros, que habían dejado de circular con las privatizaciones neo liberales y se habían transformados en chatarra, fue una verdadera aventura.

 Los ciudadanos de aquella época que se quedaron sin trasporte ferroviario, se convirtieron en rehenes de empresas de colectivos especuladoras y monopólicas.

Quince o 20 años se tardó para que el tren de pasajeros de Junín a Retiro se convierta en un tren de lujo, higiénico bien atendido y mejor cuidado, con un alto sistema de seguridad, y sobre todas las cosas barato, al alcance del bolsillo de trabajadores y estudiantes.

Es tan bueno el servicio y tan buen el precio que las “dondocas” de Junín dejaron de viajar en micros o automóviles, para llevar por tren sus enormes valijas compradas en Miami y sus sacones de piel (algunos sintéticos) para desembarcar muy orondas en la capital del país.

Si alguna cosa le falta al servicio de trenes, es la reposición de las viejas y vetustas vías para hacer el trayecto más rápido y volver a las cuatro y media o cinco horas históricas.

El anuncio de la privatización por el gobierno de Milei, da escalofríos. Para los que ya la pasaron y no lo olviden y para los que no la vivieron lo sepan, les dejo esta crónica, real y trágica que me tocó vivir y que escribí en los primeros años de este milenio.

Héctor Pellizzi

El tren de Junín a Retiro (Crónica)

Llegué 40 minutos antes a la Estación del Trenes. Allí me encontré con una enorme cantidad de personas que hacían fila para comprar pasajes y atravesaban la sala de la boletería, que tenía solamente una ventanilla funcionando, y se prolongaba por la vereda, frente a la plaza que se llamó Inglaterra hasta la guerra de Malvinas.

Cinco minutos antes de la hora de salida, y cuando tenía apenas seis personas adelante mío y alrededor de cincuenta a mis espaldas, el boletero anunció que podíamos ascender al tren y pagar el pasaje arriba.

Me dirigí al coche “pullman” donde dos personas trataban de ayudar a un inválido a subir. No había rampas, ni ningún otro recurso técnico para solucionarles el problema a las personas discapacitadas. Como la silla de ruedas no entraba en el pasillo, demasiado angosto hasta para pasar con valijas, al pobre hombre lo cargaron como pudieron.

El coche estaba totalmente ocupado y nadie avisó este pequeño detalle, así que, ya con el tren en marcha, los pasajeros que quedamos sin asientos intentamos pasar al otro vagón, pero la puerta cerrada nos imposibilitaba hacerlo. Todos no quedamos amontonados  en el pasillo.

Estaba parado cerca de los baños del coche de “Primera Clase”, cuyas puertas se abrían y cerraban por el vaivén que producía el movimiento del tren. El olor que exhalaban era propio de una falta de higiene alarmante. En el que decía “Caballeros” había un excusado tradicional, con un par de suelas de aluminio indicando que allí había que poner los pies para agacharse y no errarle al agujero. Sin papel higiénico, ni agua, ni espejo, ni agarraderas. Me pregunté ¿cuán asqueroso sería el enchastre en una persona si pretendiera hacer sus necesidades con el coche en movimiento?

Al rato un funcionario con un destornillador haciendo de llave abrió la puerta y pasamos al coche “Clase Turista”. Antes de depositar mi mochila en el guardavalijas, pasé precavido la mano y me di cuenta que allí había tanta tierra que se podría sembrar el yuyito de la soja. Calculé la distancia entre una punta y otra, la sumé con la de enfrente, la multipliqué por la cantidad de vagones y me pregunté: ¿cómo los codiciosos de siempre, con los extraordinarios precios internacionales, no aprovechan esta magnífica oportunidad para ganarse unos cuantos pesos sembrando en el porta-equipajes la oleaginosa de oro?

Me senté en un banco angosto conformado por un ángulo fijo de 90 grados. Posición que debería mantener por más de seis horas de viaje. Abrí el Diario que llevaba y me choco de lleno con un artículo titulado: “El tren sigue cumpliendo un rol fundamental”.

 Mientras hacía malabares para leerlo, porque nos movíamos al ritmo de un malambo desparejo, me daba la sensación que viajábamos en un sulky.

Una anciana, cuyos huesos sufrían horrores, le preguntó al Guarda “¿Ésto no para nunca?

– Paciencia señora, le contestó, vamos así hasta Rawson, después sigue parejito…

– ¡Pero Rawson es la mitad de camino de aquí a Retiro!, señaló espantada la mujer.

– Paciencia, señora, paciencia… Algún día van a arreglar las vías… Y siguió controlando boletos.

Al rato aparece un señor vistiendo bermudas, medias, zapatos y camisa color parda, empujando un carrito que llevaba alfajores, café, sándwiches, latas de cervezas y gaseosas para la venta.

– Un café por favor, le pidió una señorita que estaba enfrente y le pagó con diez pesos.

-Pero cómo me va a pagar una café con diez pesos, vociferó el vendedor (que debe estar concesionado). No tengo cambio. Ahora me va a tener que esperar que dé toda la vuelta.

–          El café está frío, balbuceo la chica.

–          Y qué quiere, si lo tengo en el termo desde la dos de la mañana.  Y se fue empujando el carrito.

–          ¡Ordinario! Le gritó la madre de la chica.

Media hora más tarde, me levanté para poder estirar las piernas y de paso curiosear el baño de este coche para “turistas”. Al abrir la puerta escucho: taca-tac-taca-tac-taca-tac y un vendaval de hojitas, ramitas y bolillas de paraísos se abalanzaron sobre mí. Asustado, retrocedí y cerré la puerta. Dos minutos después, me animo, y entro al baño, piso sobre una alfombra de hojas y ramas. El baño tiene dos compartimentos, en la entrada, arriba de una pileta sin agua y canillas oxidadas se nota el marco de lo que alguna vez tenía un espejo; la puerta interior da a un cubículo donde se ve un inodoro de metal color gris oscuro sin tapa ni asentaderas. Arriba, a la derecha del inodoro sucio y chorreado, hay una ventana sin vidrios, que al pegar las ramas, actúa como una máquina de cortar fiambre, desparramando el cuerpo dilacerado de los árboles que viven a la orilla de las vías.

Vuelvo a sentarme y a sufrir. Pasando Pilar el tren se detiene. Diez minutos después me dirijo a la puerta a curiosear, me detengo en los escalones y observo la formación parada en medio de la pampa y veo a las personas con las cabezas afuera de la ventanillas preguntándose como yo, ¿porqué paramos?

Un señor de bigotes y cabello blanco me mira y me dice: “Estamos parados para darle paso a un tren de carga ¡Je! mire si El Libertador le iba a dar paso a un carguero…”

Se me puso la piel de gallina recordando al imponente Libertador. Cuando era joven lo tomaba en Retiro con los muchachos después de algún partido de fútbol o de una manifestación política. Ni ocupábamos nuestros asientos, nos quedábamos en el coche comedor. Allí nunca faltaba algún cuyano con su guitarra para amenizar el viaje. Una vez la cantada fue tan extraordinaria y el vino tan abundante, que en determinado momento le pregunté al guarda: – ¿Cuánto falta para llegar a Junín?

– Ya pasamos Rufino, pibe…

El Señor que viajaba en mi mismo asiento del lado de la ventana, bajó la persiana por el sol, con lo cual aumentó el calor. En el techo existen ventiladores pero están sin funcionar.

Al rato, desde unas arboledas y casas amontonadas, un grupo de chicos se divierte con el paso del tren tirándole piedras. Uno de los proyectiles pegó en nuestra persiana sonando como un escopetazo.

-Menos mal que la bajé, me dijo mi circunstancial compañero de viaje.

Finalmente llegamos a Retiro exactamente seis horas y quince minutos después que salimos de Junín.

Parado en el andén contemplo la formación en todo su largo. Los vagones llenos de oxido, sucios y descascarados, me recordaron los vagones de la guerra de Secesión de los matinés del Cine San Carlos, pero en vez de bajar soldados, bajaban pasajeros igualmente derrotados. Hombres, mujeres y niños humillados por el neoliberalismo y por los burócratas atornillados en los sucesivos gobiernos, sin jamás dar una explicación a los sectores más desprotegidos económica y socialmente.

 

 

 

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