El deshielo de la memoria
Gustavo Pirich
I PARTE
Pasó la noche del 13 de junio y fue realmente muy dura. Las bombas cayeron muy cerca, los misiles cruzaron sobre nuestra cabeza, los proyectiles de las ametralladoras inglesas destruyeron las piedras colocadas sobre las posiciones que ocupábamos y el grito incesante y desgarrador de los heridos se escuchaba aquí y allá. En todos lados.
La batalla por el control de Puerto Argentino, y con él, las islas Malvinas estaba llegando a su fin. La claridad del amanecer ganó el paisaje y trajo una aparente “calma”. Un hecho llamó mi atención cuando a punto de rendirnos, pude sacar la cabeza para ver el terreno: una capa de nieve cubría de blanco las islas y había helado los charcos de agua, como hasta entonces no había sucedido.
Con el tiempo transcurrido, las experiencias y hechos que signaron estos 25 años desde que la guerra de las islas Malvinas terminó, pude darme cuenta que esa nieve parece haber congelado no solamente aquel paisaje, sino también la conciencia y la memoria de los que participamos de esos hechos. Y lo que es peor, continuó durante la posguerra, permitiendo que los que traicionaron y se comportaron como verdaderos aliados del enemigo británico y sus socios, pudieran permanecer en las sombras.
Tratar de descongelar la memoria, para saber la verdad de lo que sucedió en la guerra es el objetivo de este trabajo. De la guerra en las islas, y de esa verdadera guerra política, social, económica, Legislativa, judicial, militar y en otros terrenos, que continuó en el continente, como veremos, hasta con sus propios muertos.
DE LA GUERRA EN LAS ISLAS…
Hace unos minutos que el fuego cesó. Nos tiraron con todo lo que trajeron. Disparos de morteros, ráfagas de ametralladoras antiaéreas que rompían las piedras que había en nuestra posición, como si fueran de telgopor. Como si la guerra fuera la escena de una película y las rocas parte del decorado.
Los proyectiles silbaban una nota de muerte de la canción que para siempre quedará en nuestros oídos y todo indicaba que se acercaba. Ya nos habíamos replegado del lugar en el que estábamos que era la avanzada de combate, donde nuestra misión era la de dar la temprana alerta sobre la presencia del enemigo, imagino que a través de señales de humo o de algún otro método prehistórico, ya que la radio nunca funcionó, era sólo un elemento decorativo más.
Después de dejar la avanzada de combate pasamos a ocupar dos posiciones, una que perteneció al jefe de la sección subteniente Roberto Colom y la otra donde estaban sus asistentes. Se podía adivinar, viendo el tipo de construcción, la profundidad y la seguridad que transmiten esas piedras pesadas, puestas una sobre otra, que habían hecho trabajar bastante a los soldados que estaban con él. Cuando nuestro grupo llegó al lugar el grueso de la compañía “A” ya se había replegado. En ese momento comenzó para nosotros otra parte de la odisea.
Cuando los grupos de apoyo de combate de nuestro regimiento, armados con morteros y cañones, comenzaron a tirar al lugar donde estábamos ubicados, al ver que la compañía ya había retrocedido, y pensar con muy buen criterio que ese sitio estaba ahora ocupado por el enemigo, ya no era solamente el fuego británico el que batía nuestra zona, sino que también lo hacía el de nuestra propia tropa. Ahí comprendí el significado exacto de lo que se llama quedar entre dos fuegos. Mientras duró ese verdadero infierno hubo varias horas en las que no pudimos siquiera sacar la cabeza porque seguramente nos las hubieran volado. Recuerdo que en un momento me sentí húmedo y me toque por qué lo primero que pensé fue que me habían herido y me sentí muy aliviado al comprobar que solamente me había orinado encima.
Después del asedio al que fuimos sometidos durante varias horas, los ingleses habían dejado de tirar bengalas, y aparentemente de avanzar, y así lo transmití a mis compañeros, que era el momento justo para ver cómo seguíamos el combate.
Gustavo Pirich (Foto héctor pellizzi)
Abandonamos los agujeros y comenzamos a reunirnos para ver a nuestra alrededor. Algunos opinaban que había que tratar de llegar a Puerto argentino, aprovechando el intervalo bélico. Pero a pesar de todo el panorama desolador que se nos presentaba, un detalle no menor llamó nuestra atención, y nos convenció de que lo mejor era quedarse. El terreno estaba lleno de cráteres, uno al lado del otro, así como uno imagina que debe ser el suelo de la luna, no exento incluso, se me ocurre ahora, de un halo romántico, en el sentido más estricto de la palabra. De todo lo romántico que puede tener la lucha de David contra Goliath, o de las novelas de Alejandro Dumas, o del propio Quijote contra los molinos de viento.
Y la guerra tiene mucho de misterio, como por ejemplo el que decidió a quedarnos en el lugar en que estábamos, al darnos cuenta que solamente había dos lugares en los que no habían caído las bombas: nuestras dos posiciones…
Sigue en la II parte
Del Libro: Malvinas: un camino…HOJAS DE RUTA
de Gustavo Pirich con prólogo de Osvaldo Bayer
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