La prima Olga
Antes que yo naciera, mi familia no tenía aún casa propia y vivió en varios lugares. En la época que voy a relatar vivieron en dos casas prestadas en zonas rurales cercanas a Pehuajó.
En Roger la casa era grande, era la del director de la escuela rural. Mi familia vivía ahí y trabajaban como caseros del lugar. Era cómoda y amplia. Teníamos lugar, eran grandes las habitaciones. Al año siguiente vivieron en la casa de la quinta donde también había espacio con varias habitaciones pero sin luz eléctrica y con baño afuera.
En 1976 vino a quedarse una prima juninense. Olga llegó con una bebé de meses, Francisca, y Angélica, de 4 años. Y se quedó dos años.
A pocas cuadras de la quinta vivía un policía amigo, “Cacho” Celiz, a quien en esa época mi familia tomó la precaución de no visitar más pero él sabía que había una prima que estaba “de visita” desde hacía mucho tiempo.
“Una vez también se quedó su hermano Walter, me acuerdo que como no alcanzaban las camas, le armaron un catre. Esa vez yo dormía en la misma habitación que los dos hermanos (Olga y Walter). Era de noche y nos habíamos acostado pero ellos seguían hablando y hablando… Creo que fue la única vez que Walter vino a visitarnos y se quedó una noche”, recuerda mi hermana Daniela.
En año nuevo fecha venía toda la familia a casa y comíamos un lechón. Fue la última vez que lo vimos. Recuerdo que en la mesa eran muy alegres, contaban muchos cuentos y chistes y se reían y discutían mucho de política. Me acuerdo que Walter y Olga jugaban a la batalla naval, no sé si llovía pero estábamos adentro. “Esa fue la única vez que ví a Walter y lo conocí esa vez”, cuenta Daniela.
Aún estando de incógnito, la prima Olga era muy activa. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana, lavaba, cosía y hacía diversos quehaceres domésticos. Luego nos enseñaba canciones, muchas de María Elena Walsh. Y nos leía cuentos. Nos contaba la historia de Ulises de la Odisea, que a mí me encantaba. A la Odisea no la leía, la relataba maravillosamente.
Olga era muy dulce nunca insultaba ni decía cosas desagradables. Sin embargo, mi hermana recuerda que un día estaba leyendo el diario en la casa de la escuela Roger y se le escapó la exclamación: “¡A éstos habría que cortarlos en pedacitos!”. Daniela se sorprendió porque nunca la había oído hablar así. Había una foto de Videla en el artículo.
Mi hermana, que tenía 9 años, le preguntaba cosas y ella le contaba. Por ejemplo, que había tenido que dejar sus estudios para maestra y se había casado. Pero siempre afirmaba que iba a retomarlos.
Un día, mi hermana vio que la prima Olga tenía una cajita con bijouterie y le preguntó por qué no se las ponía, si no le gustaban. “Entonces, ella me explicó que no le daban ganas de ponerse adornos porque estaba triste.”
–¿Por qué estás triste?
–Porque mi marido está muerto. Lo mataron, respondió.
“Para nosotros era muy lindo que ella estuviera en casa. Recuerdo que armábamos el arbolito con una rama de pino que había en la escuela. Y fabricábamos los adornitos, ella nos enseñaba. Nos contaba historias, nos enseñaba canciones, nos hacía tortas para nuestros cumpleaños.”
Una vez se cortó con un cuchillo mientras cocinaba. Se lastimó mucho. Mi hermana se impresionó al ver la mano de la prima. Ella se lavó con cepillo y jabón blanco Federal y puso la mano bajo el chorro fuerte de agua de la canilla. Decía que así se desinfectaba bien. Nunca se quejaba.
Pasados los años queda un recuerdo que en la voz de mi madre se decía en voz baja, con admiración por la fortaleza de Olga y como si todavía se sintiera un poquito de miedo por esa época. Actualmente, la prima vive en Junín y la vemos a veces; mi hermana y mi padre se comunican con ella.
De Walter, en cambio, no he podido saber mucho, salvo lo que dicen las recopilaciones y libros publicados sobre su desaparición y el hallazgo de sus restos en 2009. Cuando años después, ya adolescente, quise saber sobre su lucha, sus ideas, su forma de ser, me topé con el tabú de una familia que no había dudado en arriesgar sus vidas para cobijar a la prima y sus hijitas, pero que no se animaba a preguntar. Esa parquedad de la gente simple que no quiere causar dolor.