Torres gemelas: Fatídico 11 de septiembre

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FATÍDICO 11 DE SETIEMBRE

Héctor Pellizzi

 

Arnaldo Pimentel es un brasileño de casi 35 años, piel morena y cabellos ondulados. Nació en Recife, en el barrio da San Antonio, que en la antiguedad era una isla bañada por el río Capibaribe. Con 20 años embarcó en un petrolero y por más de una década visito trecientos puertos entre América, Europa y Oceanía.

Casado con una norteamericana, dejó la vida de marinero y se fue a vivir a Nueva York. Hasta setiembre del año 2001 trabajaba en una oficina de despachos aduaneros en el piso número 100 del World Trade Center. Aquel fatídico día 11, en que el mundo vivió unos de los ataques bélicos más espectaculares y mosnstruosos de los últimos años, Arnaldo salió más temprano que de costumbre. “hoy será una jornada de mucho trabajo, promete ser cansadora, no volveré antes de las cinco” le dijo a su mujer que acababa de despertarse.

Pasadas las nueve de la mañana, Emily, fue hasta la cocina, calentó el café, fritó un huevo de pato, lo envolvió con jamón crudo y lo colocó dentro de un pan redondo. Abrió una de las ventanas y vio un bonito y agradable día de sol.

Minutos más tarde la vecina del octavo «C» casi le hecha la puerta abajo, entró como un huracán y sin poder hablar prendió el televisor… En la pantalla aparecieron las imágenes de los aviones chocándose contra las torres gemelas, en cuanto una nube de humo y de polvo cubría parte del cielo de la isla de Manhatan.

“Arnaldo!, Arnaldo!” grito Emily y cayó desmayada debajo de la mesa de la cocina volcando la taza de café.

Desesperada, con el rostro desfigurado por el terror vuelve a desmayarse cuando el Word Trade Center se derrumba.

Reanimada por la vecina, enseguida tiene un acceso de vómito y un ataque de diarrea. Sentada en el inodoro, desgreñada, temblorosa y sudada como un animal, consigue discar los números del teléfono celular de Arnaldo.

-¡¡Hola, hola, por favor atendé, por favor!!….

Su marido nunca podría escuchar el sonido del aparato, estaba dentro de una bañera con espumas, deleitándose con los exuberantes pechos de una negra portorriqueña en un hotel de la Quinta Avenida.

Cuando Arnaldo desnudo en medio de la suite intentaba descorchar una botella de vino Chandón, el teléfono vuelve a tocar, al cabo de algunos segundos de dudas atiende:

Hola…

– ¡Arnaldo¡, ¡¿sos vos!?, ¡¿dónde estás?!

En la oficina trabajando, donde querés que esté. Después te llamo…Descolgá porque en estos momentos están entrando dos alemanes de una importante empresa germánica para una reunión de negocios…

– ¡¿Reunión?! ¡¿Negocios?! ¡¿Pero donde estás?!, si un avión se chocó justo en el piso del edificio donde está tu oficina y lo tiró abajo.

– ¡Pero que disparate estás diciendo mujer….! Por favor querida, estás loca, tomate un calmante que a la tardecita llego y te hago unos mimos…chau, chau, ha… y no te olvides también de tomar un té de tilo...

– ¡Arnaldo! ¡Por Dios!  ¡Arnaldo…!

–        Clik.

 

 

 

 

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