La pluma del periodista Ismael Canaparo ha tallado de celeste y blanco la memoria del mayor ídolo del club Rivdavia de Junín: Félix Tobalina.
El secreto de volverse inolvidable
Ismael lo describió como «un verdadero grande del fútbol juninense, casi un gigante, y de una excepcional persona de la vida. Un gran señor con todas las letras: Félix Tobalina. Quizá, sólo quizá, no sea tan sencillo evocarlo en toda su dimensión.
Lo primero que aparece, allá a los lejos pero no difusamente, es su extraordinaria capacidad técnica, que resultó como la invención de una manera de jugar y de acariciar la pelota. Las destrezas que exhibió combinaron altas dosis de belleza y categoría, dentro de un tiempo que para destacarse había que estar dotado de otras cosas complementarias, como la personalidad, el equilibrio, la seriedad y el acompañamiento. Fue un futbolista irreverente que le escapó a los moldes y a los libros. Un jugador que no tenía apellido, haciéndole pito catalán a su DNI. Si alguien decía “Félix”, ya se sabía hasta el hartazgo de quién se trataba.
El espejo de Tobalina devuelve imágenes de incontables piruetas, que a tanto tiempo de su momento de mayor esplendor, se han convertido en ficciones para quienes se sienten cercados por las mercancías futboleras estandarizadas. De grandes luces, muchísimas ideas, abundantes reflejos, no estorbado por ninguna ideología potreril ni tampoco por ninguna sofisticación “resultadista”, Félix estuvo en perfecta libertad para cumplir el rol de ídolo que le confirió la gente, no pensando en sí mismo y en su talento, ni tampoco censurando con odio a las mezquindades o despiadadas persecuciones a las que se vio sometido por aquellos que vuelan bajo. Siempre contestó con altura en la calle y con belleza en la cancha.
Rivadavia fue su fútbol en el mundo. Nunca vistió otra camiseta que no haya sido la albiceleste. Se inició de niño en la entidad fundada en la casa de los Ayala y frecuentó todas las divisiones hasta llegar a primera, siempre con el mismo mensaje de trato amoroso y amable con la pelota. Se aburrió de salir campeón con decenas de categorías y en la superior, la más alta, cosechó varios títulos. ¿Algunos? 1964, 1965, 1968 y 1971. Para él lo importante no era el resultado, sino la manera de respetar una idea, una forma de jugar. Una forma de jugar que no se pareció a ninguna otra.
Uno de sus brillantes capítulos lo tuvo también con la casaca de la Liga Deportiva del Oeste, a la que era un habitual elegido por los diferentes entrenadores. En la década del 60, por ejemplo, brilló en una formación albirroja que hoy bien podría ser catalogada como “el equipo de los sueños”: Pérez; Rebecco y Rizzi; Comisso, Caporaletti y Britos; Ricardo Giles, Omar Vargas, Horacio Barrionuevo, Félix Tobalina y Humberto Franchi.
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Los más grandes momentos futbolísticos de Tobalina se vivieron sin televisión y sin aparato de radio, con diarios de poca opinión en cuanto al balance del juego de cada partido.
Como si fuese poco, también fue un privilegiado. Su libertad que mostraba en las canchas, su habilidad, su genialidad, su desparpajo a prueba del más recio de los marcadores, representaron un sello unánime para el reconocimiento mayoritario del público, que siempre lo respetó a ultranza. En realidad, esa alianza no escrita resultó recíproca, simplemente porque Tobalina nunca traicionó sus convicciones futboleras.
Con la ausencia de Félix se perdió a una de esas personas desacartonadas que daba gusto tratar, más allá de lo meramente deportivo. Sencillo, humilde, cauto, prudente y dinámico, dibujó su vida en base a la honestidad y al apasionamiento, sin dejar de mirar, de escuchar y de involucrarse en espacios abiertos, donde el trabajo fue su única arma de deseo.
La partida definitiva de Félix Tobalina es una ausencia muy doliente. Pero también habría que tener en cuenta, a la hora de la evocación, que futbolista pícaro, dribleador empedernido, producto genuino del potrero, prototipo de la belleza y en todo lo que se escriba de aquí en más, jamás dejará de ser un crack».
Ismael Canaparo