Padre por circunstancias

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Padre por circunstancias

Tengo sesenta y cinco pirulos y soy padre de ocho hijos con todas las de la ley. Recién vengo de anotar al último. Desde hace siete años me viene uno cada primavera. No me caben dudas de que también son hijos del verano. El verano calienta todo. Tontas las pendex. Cada niño de madre distinta de diecisiete a veintidós pirulines. Por eso me he ganado el mote de padrillo; el padrillo del restorán dicen los mal pensados. Pura envidia, caramba. Otros van más lejos; principalmente las mujeres maduras. “El degenerado del restaurante”, se despachan sibilinas, pero cuando pasan cerca mío, parece que les entra la curiosidad, mirada complaciente, `calándome’, sopesando intimidades.

Soy el encargado del restaurante. Restaurante “El padrillo”, muy conocido en el pueblo que para más datos sobre la puerta de entrada tiene una chapa pintada con la estampa de un famoso potrillo. Y los mal pensados relacionan. Mala leche, eso son. Ahhh, pero cuando vienen escoltados de sus mujeres, muy emperifolladas, mientras él me saluda “como está don Franciiiisco”, ella, con sonrisa llena de picardía, parece que se está mordiendo para no decir “te dicen padriiillo”… Cuando la mesera los atiende, la miran, para ver si descubren algún bultito sospechoso, y cuchichean. Estoy seguro que dicen, “a esta todavía no la agarró el padrillo, parece”…
Dije que venía de anotar al último. Revuelo en el Registro Civil. Las empleadas se codeaban, miraban capciosas. Sonrisas disimuladas. Ocho años seguido la misma historia. Cuando termina la ceremonia y estampo la firma certificando mi paternidad, el único varón de la oficina se me acerca. Me dice: “usted es un buen peronista” ─¿Por qué? pregunto. “Hay que poblar la argentina, decía el general” contesta ocurrente; me da la mano sonriéndose y se retira. Es la chanza más livianita de las que me esperan.

Yo vivo solo aquí, en el mismo negocio tengo mi vivienda; solo es un decir, pues siempre tengo la visita de alguno de mis hijos mayorcitos y… “pa’, comprame los cuadernos, la mochila y este libro” y salimos de compra, le doy todos los gustos, luego viene su madre y se lo lleva. Al otro día viene otro y otro y otro y repetimos el paseo, las compras, todo hasta que vienen sus madres. Ya ninguna trabaja conmigo porque han progresado y están en lugares mejores con mejores sueldos y me agradecen mucho lo que aprendieron; por mis consejos dicen que les cambié la vida. Algunas se han casado con muchachos buenos y a fin de año vienen todas con sus hijos, hacen una fiesta, me llenan de regalos aunque yo reniego, y sacan fotos con sus celulares conmigo al medio de todos y cuando se retiran a coro gritan “chau pa’ y me dan un beso. A veces pienso: “no más hijos, que ya soy un viejo” pero…

No, no… ninguno es hijo mío… solo llevan mi apellido porque no quise que fueran como yo que hasta ahora no sé de dónde vengo; mi padre fue una sombra que se montó al olvido.

«Padre por circunstancias» del libro «Pequeñas historias» de Cirilo Lucero

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